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En lucha contra el pasado

El proceso contradictorio emprendido por la fuerza disipativa de la entropía y su contraria, la neguentropía, ha biselado un modelo evolutivo de la mente humana donde cualquiera puede divisar un estadio de preocupante inestabilidad psíquica.
Fundamentalmente, la clase política que se reclama progresista —dada la impotencia que manifiesta para cambiar la sociedad presente, y de ofrecer alternativas razonadas de futuro—, se decanta, cada vez con mayor fruición, hacia la incoación de procesos de revisión histórica. Por eso, asistimos, más o menos incrédulos, a los actos de condena de instituciones autoritarias y de dictadores resucitados de pasados remotos, así como al desagravio hacia sus víctimas.
Tan fuerte es el alud de esta energía involucionista, que la Iglesia Católica se ha contagiado de esta moda impugnadora del pasado, de forma que ha llegado a pedir perdón públicamente por la condena recaída —¡en el siglo XVII!— contra GALILEO GALILEI, así como por otros agravios históricos que han sido re-pasados.
Desde entonces hacia el hito (revisionista) histórica más próxima: el magnificente espectáculo audiovisual del traslado en helicóptero de las Fuerzas Armadas Españolas del cadáver de FRANCISCO FRANCO, desde el Valle de Los Caídos hasta el cementerio de Mingorrubio, en vivo y en directo. Lo cual demuestra que resulta mucho más cómodo y sencillo exhumar la momia de un dictador, que luchar —con el peligro de perder la libertad o la vida— contra su régimen opresor durante su dura vigencia. Al fin y al cabo, un acto de mera catarsis político-social para paliar la vergüenza colectiva de que El Generalísimo murió en la cama, de muerte natural, a resultas de que la fuerza de la represión fue más fuerte que la fuerza de la resistencia a ella.
[…]
Es decir, se está imponiendo la moda política de re-visitar los hechos y actuaciones humanas del pasado con ojos contemporáneos (hasta se han llegado a editar nuevas versiones de cuentos infantiles cuyo contenido no se considera apto para los nuevos cánones ideológicos), sin tener en cuenta los condicionantes históricos que modelaron la mente de nuestros antepasados, tal como nuestra época nos impele a ser como somos y a actuar de la manera en que lo hacemos: de una forma que las futuras generaciones no acabarán de entender (del todo).
Constituidos los humanos como objetos neguentrópicos, nuestra conciencia, a la vez que permite reconocernos como sujetos, está poco capacitada para apreciar el inexorable paso de la flecha del tiempo unidireccional. Porque, la flecha del tiempo nos señala que la vuelta a su punto de origen ya no es posible: la jarra que se rompe ya no puede volver a su estado original. No sirve de nada sublevarse por la decantación en el presente de todos los des-perfectos sociales del pasado. El pasado nos ha construido como personas y, a la vez, tan solo es un dato que nos tiene que servir para realizar las mejores prospecciones, a fin de encarar el siempre incierto futuro. El pasado, pasado está.
En sentido contrario, el ser humano eleva algunos hechos históricos a la categoría de hitos sentimentales colectivos, lo que genera una resistencia ideológica a interiorizarlos como meras improntas puntuales de la larga y compleja trayectoria de nuestra especie, a través de las eras-mundo que colonizaron los diferentes presentes —ya preteridos— de nuestra evolución.
Porque, con el anhelo humano de actualizar pasados —o preterir presentes— han ido configurándose las características propias de nuestros avances sociedades. No obstante, en vez de asumir como un todo indivisible los distintos estadios de la Historia, erigimos monumentos, rendimos homenajes a figuras representativas de un pasado reivindicado que, a la vez, pueden ser negación de otro pasado, no tan reivindicado: conquistadores militares que instauraron nuevos reinos y civilizaciones contra fuerzas hegemónicas antecedentes; artistas e intelectuales que sobresalieron para superar los paradigmas mentales dominantes en el pasado, tal vez todavía presente en sus vidas.
No obstante, como sucede en todos los ámbitos de la sociedad contemporánea que nos ha tocado vivir, en la mente del humano moderno se ha disparado la velocidad y, por eso, se ha multiplicado también la energía (e = m.c2, según EINSTEIN), del trabajo de revisión de los hitos y de las figuras históricas, a la luz de los valores de la sociedad actual. Y así es como la lucha de clases ha devenido lucha de frases, en busca del Paraíso… ¡ya perdido!
Entre los movimientos populistas, progresistas y de izquierdas de Cataluña, Valencia y Las Islas Baleares, ha arraigado el eslogan «Res a celebrar» (Nada que celebrar), referido a efemérides de victorias y conquistas, como por ejemplo el 12 de octubre (Día de la Hispanidad, por la llegada de Colón a América) y el 9 de octubre (Día de la Comunidad Valenciana, donde se celebra la entrada del rey Jaime I en València, hecho que se considera como la fecha de nacimiento del pueblo valenciano). Con la mentalidad de habitantes del siglo XXI, se condenan estos hechos históricos porque con ellos se ejerció la violencia contra la gente que habitaba esas tierras antes de llegar los conquistadores repartiendo varapalos a diestro y siniestro. Es decir, como la gran mayoría de las actuaciones de nuestra especie en el pasado. En cambio, sí que se da el visto bueno a celebrar con entusiasmo las derrotas de los bandos políticos con los cuales se sienten identificados: 11 de septiembre, 25 de abril… que tuvieron como consecuencia la pérdida de los fueros de los territorios de la Corona de Aragón.
Por mucho que nos pese, la energía vital de nuestra especie no solo ha sido determinada por los actos de bondad de nuestros congéneres, sino también por las actuaciones que hemos llegado a considerar como las más atroces, cometidas en nombre de las más peregrinas creencias, por los más sanguinarios individuos de entre los humanos. Los actos de heroísmo y compasión, el arte generado por los ideales religiosos —que tanto admiramos colectivamente, como los disfrutamos personalmente—, son inextricables del vandalismo y el dolor causados por las guerras de religión y de conquista, el etnocidio y la explotación de nuestros congéneres del pasado.
¡Actuamos tan inconscientemente a la hora de reivindicar a los buenos y de condenar a los malos!… No nos damos cuenta de que, tanto los unos como los otros, conforman el eco de la voz atronadora que clama en el desierto de las ideas, por la ambivalencia moral de nuestra condición de humanos.
Las celebraciones tradicionales —sobre hechos históricos siempre creados con claroscuros— nos tendrían que servir de apoyo para reafirmarnos como seres humanos arraigados en una tierra y una cultura propias, como atalaya desde la cual procurar extender la alegría y el bienestar entre los individuos de nuestra especie. Consiguientemente, tendremos que procurar ser mejores en el presente y garantizar un futuro más prometedor y solidario para nuestros descendentes, y ―eso sí― tendremos que sacar las consecuencias morales que se derivan de todos los hechos que construyen nuestra historia, pero evitando una re-visión histórica desde los conocimientos y los valores imperantes en nuestro tiempo presente.
Así, pues: ¿nada que celebrar?… Por favor, ¡que la fiesta continúe!…

(De mi libro Son de voces, eco de la entropía, págs. 169-172, Letrame Editorial, 2020).

A vueltas con Camps, la Fórmula 1 y el Papamóvil

Entre la maraña informativa formada con las hazañas (pre)bélicas virtuales, los relatos y los cuentos difundidos por los impulsores del procés catalán (hacia la fuga de Cataluña o la cárcel española), vuelve a emerger la imagen del expresident de la Generalitat Valenciana Francisco Camps, en cuanto tótem de la (presunta) corrupción del PP valenciano.

A ello, hay que añadir la reciente aparición del libro del periodista Arcadi Espada, titulado Un buen tío, donde trata la persecución mediática de la que ha sido objeto Camps, en la que sobresalen las 169 portadas que El País dedicó a quien resultó declarado no culpable en el famoso juicio de los trajes.

Esta nueva entrega del proceso mediático a Camps, comienza con la celebración del juicio en la Audiencia Nacional por la denominada «trama valenciana de la Gürtel«. De una manera irreflexiva, los adversarios políticos del PP y la gran mayoría de los medios de comunicación dan pábulo a las declaraciones de Álvaro Pérez (El Bigotes), Pedro Crespo –por cierto, exsecretario de organización del PP gallego y, especialmente, a la cantada de Ricardo Costa, exsecretario general del PPCV que derivaba toda la responsabilidad de la presunta financiación ilegal del partido hacia la máxima autoridad del PPCV y de la Comunidad Valenciana.

Esto ha supuesto un motivo de algarabía para la mayoría de los agentes de la política y de los mass media españoles:

  • Los partidos de la oposición (PSOE, Ciudadanos, Podemos y su confluencia valenciana, Compromís), que aprovechan la oportunidad para intentar debilitar al gobierno del PP. Sorprende la infalibilidad que se concede a las declaraciones de personas imputadas por delitos de corrupción, los cuales -como estrategias de defensa- pretenden la absolución o, como mínimo, ver reducidas sus penas tirando de la manta y responsabilizando de las acciones delictivas a sus superiores.
  • Los medios de comunicación nacionales y los locales contrarios al PP, que se unen a la campaña orquestada por la oposición al gobierno de Mariano Rajoy.
  • Los medios de comunicación de Madrid favorables al PP, que encuentran la ocasión propicia para resaltar la corrupción del PP valenciano y, de esta manera, restar importancia a la corrupción en el PP madrileño. (Ya dijo el escritor valenciano Rafael Chirbes que «el mito de la corrupción de la Comunidad Valenciana ha crecido porque no tenían el mismo poder que otras para frenar las informaciones, pero la Gürtel viene de Madrid«).

En la elaboración de este mito antivalenciano ha contribuido de manera especial La Sexta, sobretodo en el programa La Sexta Noche. Nada más salir la noticia del juicio en la Audiencia Nacional, entrevistaban a la lideresa de Compromís Mónica Oltra para que exhibiera toda la demagogia de la que es capaz de desarrollar sobre su tema favorito.

Ahora, La Sexta Noche y demás medios dan sobrada cuenta sobre la investigación de la que es objeto Camps, por los sobrecostes que se produjeron con motivo de la instalación del circuito urbano de la Fórmula 1 en la ciudad de Valencia, y también en los actos que se celebraron por la visita del Papa Benedicto XVI a Valencia.

Ya es viral la imagen de Francisco Camps y Rita Barberá, subidos a un Ferrari junto con los pilotos de Fórmula 1 Fernando Alonso y Felipe Massa, así como con el expresidente de Ferrari, Luca Cordero di Montezemolo . Con ella se ha querido imputar a los dirigentes valencianos su carácter derrochador corrupto. (Cualquier persona puede darse unas vueltas en Ferrari por el Circuito Ricardo Tormo por menos de 50 euros. Los hinchas aplauden con fervor a sus ídolos mientras estos conducen sus flamantes Ferraris de su propiedad).

El otro día el periodista Francisco P. Puche, pedía la publicación de un estudio del por qué la Comunidad Valenciana tiene adjudicada esa imagen de sociedad corrupta, sobresaliendo por encina de la Andalucía de los ERE, la Cataluña del clan Pujol y del caso Palau, el Madrid de la Gürtel, la Púnica y el caso Lezo, y -añado yo- la Galicia de Fariñas.

En mis blogs he reflexionado sobre esta cuestión, y en ellos me he atrevido a adelantar algunas hipótesis:

  1. Existe una pésima percepción, en cuanto a estima y simpatía, del pueblo valenciano por parte de los ciudadanos de las restantes Comunidades Autónomas. Basta con echar un vistazo a las estadísticas que se reproducen en el libro de Josep Vicent Boira Valencia, La tormenta perfecta. Este fenómeno puede explicar la facilidad con la que periodistas y comunicadores de fuera de Valencia, asignan el carácter de corrupto a todo el pueblo valenciano, aprovechando los casos de la presunta corrupción del PPCV.
  2. El propio Estado Autonómico genera una dura competencia entre las Comunidades Autónomas a la hora de recabar recursos con los que lograr su progreso económico-social. Así, por ejemplo, puede entenderse que el pretendido derroche con el que se concebía la instalación de Ferrari Land en Valencia, haya posibilitado su desembarco en PortAventura, y que la desaparicion de la F1 en Valencia suponga que las únicas carreras de la F1 se celebren en el circuito de Montmeló.

Y, por encima de cualquier otra consideración, este estado perceptivo nada favorable a la imagen del pueblo valenciano, favorece una posición sumisa en cuanto a su infrafinanciación. Así, la Comunidad Valenciana resulta contribuyente en el sistema actual, cuando es el único territorio pagano de los pobres, es decir, de los que tienen una renta per cápita inferior a la media española.

¿Voy por mal camino, Sr. Puche?

 

En España se enterraba muy bien

Puede parecer un contrasentido más de la racionalidad humana, pero los hechos lo constatan: en general, los humanos dispensamos un mejor trato a los muertos que a los vivos. “En España se entierra muy bien”, se atrevía a decir el exdirigente socialista Alfredo Pérez Rubalcaba.

Pues, cada vez con mayor frecuencia, observamos los espectáculos ofrecidos como homenaje en memoria de las personas muertas, incluidos los aplausos multitudinarios que se tributan al paso del féretro (¡como si el difunto -ya convertido en símbolo inerte de su vida y milagros, y amuleto contra nuestra propia muerte- pudiera escucharlos!).

Mas, como ya comienza a ser criticado este trato preferente hacia los muertos en detrimento de los vivos, van implantándose los homenajes a las personas aún vivas. Sin embargo, ser objeto de semejante tributo bien pudiera ser síntoma de mala salud: probablemente algún ser estimado ha detectado que tus días en este mundo traidor están a punto de agotarse, y por eso te preparan la despedida que te mereces.

También resulta evidente que, en todo momento, el difunto siempre supera en bondad y sabiduría al vivo; por lo menos así se manifiesta en los elogios y adulaciones que se dirigen hacia el muerto y que tanto regateamos al vivo. Este forma parte del mundo, participa en la lucha por la competencia para intentar sobrevivir y flotar; en cambio la persona muerta se aparta de nuestro trayecto vital y ya no representa ningún obstáculo en nuestra marcha que, a menudo, consideramos triunfal.

Además, los muertos se convierten en aldabonazo, en símbolo, de nuestra existencia finita, y eso representa otro motivo para la reverencia que les dispensamos. Los muertos abren la senda que más tarde deberemos recorrer los que fuimos testigos de su tránsito hacia el interior del ataúd. En este sentido, el respeto manifestado en los ritos del entierro suponen una especie de exorcismo de nuestras propias muertes, un hecho que la conciencia considera inevitable, pero que nuestro instinto de supervivencia intenta negarle su certificado de veracidad.

Ay, si cuidáramos tan bien a los vivos como hacemos con los muertos!; otra sería la faz de la sociedad humana. Un nuevo lema (parafraseando el mensaje cristiano) podría cambiar el signo de la especie humana: “Respeta al vivo, así como respetas al muerto”, porque -podríamos añadir- tarde o temprano te tocará hacer el muerto.

P.D.: Naturalmente, estas reflexiones sobre principios éticos de nuestra sociedad han quedado obsoletas con la llegada a España -y al mundo entero- de la nueva e indignada política. La trágica muerte (¡existe alguna muerte que no sea trágica!) de Rita Barberá ha aflorado a la superficie mediática el odio reconcentrado que determinadas personas y fuerzas políticas ya manifestaban en vida de la exalcaldesa de Valencia y senadora.

Así, los líderes de Podemos, por ejemplo, no se han cortado ni un pelo de sus coletas pseudorevolucionarias, a la hora de sentenciar que la política fallecida era una “corrupta” (a pesar de no tener ninguna sentencia judicial que así lo dictaminara) y negarse, por ello, a observar el minuto de silencio que le tributó el Congreso de los Diputados, como respeto a un referente del sistema democrático español y valenciano.

Ay, si a Rita Barberá se le hubiese respetado, como mínimo, el derecho de presunción de inocencia que corresponde a todo ser humano, hasta que la muerte la separara del resto de la humanidad (aún) viviente… y más allá…

Con(tra) Franco viví(a)mos mejor

De un tiempo a esta parte la política está marcada por la superficialidad, ante la falta de alternativas sólidas y creíbles a la fuerte crisis que padece el sistema socio-económico imperante. Los efectos más llamativos de esta superficialidad los encontramos en los siguientes hechos:

-La preponderancia del marketing y de las formas, como manera de diferenciarse del oponente político que, por cierto, cada vez es más igual en cuanto a mantener el statu quo del sistema.

Poder cada vez mayor de los medios de comunicación por lo que respecta al establecimiento de la hoja de ruta y las formas en las que se exterioriza la política. Ello se manifiesta en los fenómenos siguientes:

·Selección de líderes mediáticos, como productos elaborados en los platós de televisión, fundamentalmente (vid. ‘Líderes mediáticos, ¿líderes mediatizados?’ http://wp.me/p5yGMp-1e).
·Fervor por el sistema de primarias para la selección de estos líderes.
·Trasvase del debate político de los parlamentos a los platós televisivos (vid. ‘#Democracia_Virtual_Ya’ http://wp.me/p5yGMp-2C).

Dentro de este contexto socio-político, las formaciones que se reclaman transformadoras acaban afirmando su voluntad de respetar el marco del sistema capitalista, a pesar de proponer unas alternativas falsamente revolucionarias:

a) Identifican la democracia con sus creencias políticas y a ‘la gente’ con sus seguidores y votantes. Eslóganes como el de «no nos representan» del movimiento 15-M, y el más reciente de «la democracia ha vencido en Grecia», tras el triunfo del ‘NO’ en el referéndum convocado por Tsipras, con la posterior sumisión a las exigencias de la la UE, por cierto.

b) Pugnan por poner cara a los presuntos culpables de la crisis que, por ello, son señalados como los responsables de las desigualdades inherentes al sistema capitalista. Ello tiene el efecto benefactor de simplificar al máximo las complejidades inherentes a cualquier intento de aprehensión rigurosa de la realidad socio-económica.

Tal vez por ello, estas fuerzas transformadoras, que en un principio abrazaban la ideología marxista, ahora andan navegando por las procelosas aguas de la transversalidad y la ambigüedad ideológica.

Sin ir más lejos, el mismo Marx huyó de las simplificaciones y no se limitó a señalar con el dedo acusador a los capitalistas como responsables de todos los males que acarrea el capitalismo. Ni siquiera la clase capitalista en su conjunto debería de asumir ese papel de chivo expiatorio de la desigualdad y la alienación inherente al sistema que ella dirige. Pues, para Marx «… El capitalismo es un sistema de dominación abstracto e impersonal. Comparado con las formas sociales anteriores, las personas aparentan ser independientes pero, de hecho, están sujetas a un sistema de dominación social que no parece social, sino ‘objetivo’ (Tiempo, trabajo y dominación social. Una reinterpretación de la teoría crítica de Marx, Moishe Postone, Ed. Marcial Pons, Madrid 2006, pág. 186).

Según la teoría marxista, igual de infeliz (alienado) es el pobre proletario como el rico capitalista. La condena de ambos residía en vivir atados a un sistema injusto que hundía sus raíces en la conversión del trabajo humano en mercancía. Evidentemente, la concreción de estas premisas marxistas, así como su revocación y la propuesta de alternativas rigurosas, exigen una ingente labor intelectual, muy alejada del ruido mediático actual, de los focos deslumbrantes de los platós de televisión, y del confeti y las banderas derrochados en cualquier primaria que se tercie.

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Graffiti por la zona de El Temple, Valencia

¿De qué nos sirven esas posturas políticas basadas en el sentimiento de indignación (por tanto, en la irracionalidad y la irreflexibilidad), si no es para identificar al adversario político como chivo expiatorio de nuestros males, al objeto de movilizar a la gente contra ellos dentro de la estrategia de conquista del poder?

Por eso el título de la entrada, válido tanto para los partidarios como para los detractores de Franco. Los primeros, consideraban que, efectivamente, bajo su mandato se vivía mejor. Para los otros, Franco -como dictador- encarnaba al régimen opresor, de modo que su figura facilitaba la visualización del responsable de la instauración y mantenimiento de un sistema falto de las mínimas libertades públicas. Luchar contra Franco era luchar contra un sistema injusto y antidemocrático. En ese sentido, los dictadores facilitan la tarea de identificación del enemigo a batir, pues el rechazo a cualquier dictadura se manifiesta de una manera más clara.

Ahora disfrutamos de un régimen democrático dentro del sistema capitalista (con todos sus defectos). Por ello, poner rostro humano a las desigualdades inherentes al sistema facilita la tarea intelectual. También se logra el mismo objetivo a través de poner etiquetas ideologizadas que, seleccionando algunos aspectos de la realidad, favorecen la venta de determinado producto político entre ‘la gente’, que de esta manera se indigna con facilidad. ‘Casta’, ‘partidos nuevos-partidos viejos’, ‘empoderamiento’ y ‘rescate’ (de) ‘la gente’, ‘ley mordaza’, ‘impuesto al sol’…

En estos tiempos (líquidos) que corren, se imponen los tuits de 140 carácteres y los libelos de 70 páginas escasas (vid. ‘Indigna(d)os’ http://wp.me/p5yGMp-12). Todo ello, va dirigido a buscar en nosotros respuestas emocionales, estados de indignación, ante una situación social insatisfactoria.

No obstante, ‘hem d’anar més lluny‘, hemos de buscar la radicalidad (de ‘raíz’) de los contenidos ideológicos, madurados en debates serenos y rigurosos, si queremos que la Humanidad siga la hoja de ruta adecuada para lograr el máximo bienestar posible de nuestra especie.

(Foto: Retirada de la estatua de Franco en Valencia, 1983. Fuente: El País)

El cuarto (poder) será el primero (I). Presencia

Cada vez más, la vida y las actuaciones de las personas giran alrededor de su presencia en los medios de comunicación. Los medios son testigo, observadores omnipresentes en las alegrías y las penas (fundamentalmente de estas) de las personas.

Este fenómeno mediático queda patente en todos los ámbitos de la vida social. En el campo de los deportes, por ejemplo, a menudo vemos cómo es celebrada la consecución de un título de algún importante campeonato deportivo, con gran estridencia por parte de las masas identificadas con los colores de un equipo. Y parece existir un medidor virtual del ímpetu colectivo, de manera que los seguidores de tal conjunto deben ser más efusivos y creativos —también más agresivos— que los fans del otro equipo que ganó tal o cual título.

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El Valencia CF campeón de la Liga 2003-2004. Fuente: http://www.ciberche.net

Eso mismo pasa cuando es afortunado por la rueda de la fortuna: las imágenes del descorche de las copas y botellas de cava, los saltos de alegría, las abrazos y los demás gestos que exteriorizan la felicidad, parecen calcados —y amplificados— año tras año, indistintamente del lugar geográfico y de la comunidad agraciada con el premio.

Aparte del efecto que los hechos sobresalientes producen en el interior de cada persona —y como una especie de secuela psicológica de aquel postulado de la mecánica cuántica, que dice que el acto de la observación crea la realidad física—, los protagonistas también preparan su exterior para que pueda representar su papel como imagen pública de sentimientos íntimos aparentes, los cuales son lanzados al espacio compartido que crean los medios de comunicación.

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Graffiti en el Centro Histórico de Valencia

Así mismo, se produce este efecto teatral ante determinados hechos trágicos, cuando hacen acto de presencia las cámaras de televisión y los micrófonos de las radios. Da la impresión que el hecho desdichado ya se ha vivido antes, porque lo hemos visto repetidamente retransmitido por la pantalla de la televisión y lanzado por las ondas radiofónicas. Es como si también hubiera una competición no declarada, jugada a través de los medios de comunicación, a modo de concurso virtual de exteriorización máxima del dolor (y de la alegría) de las colectividades humanas. Las personas ya no examinamos nuestro interior, sino que tenemos suficiente con mirar hacia la pantalla del televisor.

Ignacio Ramonet nos describió en su libro La tiranía de la comunicación un ejemplo de este fenómeno comunicativo, con motivo de la retransmisión televisiva del secuestro de unos rehenes norteamericanos por parte de estudiantes islámicos, en el edificio de la embajada de Estados Unidos en Teherán, de diciembre de 1979 a enero de 1980: Una multitud de curiosos adquirió la costumbre de congregarse delante de las rejas de la embajada. “Allí reinaba un clima de feria: tenderetes de comidas, quioscos de té, vendedores de refrescos y de cacahuetes, voceadores de periódicos, ristras de retratos de Jomeini, etc. El ambiente era relajado y pacífico. Pero bastaba la aproximación de una cámara de televisión para que la atmósfera cambiase completamente: los rostros se inmovilizaban y se alzaban los puños. Como habrían hecho los extras profesionales de una superproducción cinematográfica, después de una pausa para tomar café, la muchedumbre volvía a representar, mientras duraba el rodaje, el papel que el telediario deseaba: expresaba el odio y la cólera, la amenaza y la exaltación, en una palabra: el célebre ‘fanatismo musulmán’ […] La complicidad entre la multitud y los periodistas había alcanzado, al cabo de los días, tan alto grado de acuerdo, que la periodista Elaine Sciolino podía describirla así en Newsweek: ‘La multitud está actualmente tan sofisticada que agita sus puños en silencio mientras el operador regula sus objetivos. Sólo empieza a soltar alaridos cuando entra en escena, con su micrófono, el técnico de sonido…”

Tráiler de Argo, dirigida por Ben Affleck, sobre la crisis de los rehenes de Irán.

En otro orden de cosas, no podemos dejar de lado la estrecha simbiosis que el mundo de la política mantiene con los medios de comunicación y la servidumbre de los portavoces de los grupos políticos hacia aquellos. Ello conduce a la preeminencia de las cuestiones de imagen y de las técnicas de comunicación y persuasión sobre el contenido de los mensajes políticos, al tiempo que provoca una relación de esclavitud hacia las formas, con el consiguiente abandono de los aspectos programáticos en materia política, social y filosófica.

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El beso parlamentario entre Pablo Iglesias y Xavier Doménech. Fuente: http://www.elespanol.es

Está claro que los medios de comunicación, generalmente, no se hacen eco de los actos de heroicidad cotidiana y de buena fe, sino que suelen obedecer a las pompas del poder y, además, quedan deslumbrados por las acciones espectaculares, y especulares (en tanto promovidas por ellos), al tiempo que muestran una lógica infernal –caiga quien caiga- en su forma de actuar.

Por otra parte, es obvio que el objeto de la comunicación no escapa a las reglas del mercado, y como bien económico sujeto a la ley de la oferta y de la demanda mueve a los mass media a vender las imágenes trágicas, lacerantes, espectaculares; aquellas que tienen capacidad de conmover las emociones de los humanos en cuanto receptores de la información.

De una u otra manera, podemos constatar que la memoria colectiva se guarda en el plasma de la televisión. (Continuará)…

(Fuente de la imagen principal: Agencia EFE)

 

 

 

 

 

Cosmonación: reflexiones desde el ‘aquí y ahora’

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(Graffiti de DEIH en el Centro Histórico de Valencia)

Lo arrimo al oído y escucho
el sedoso zumbido
de su intensa respiración
dibujando
espirales veloces
como los astros y los pinos
de Van Gogh
.
EDUARDO MITRE, Vitral del trompo

La adquisición de la conciencia individual (sentido del yo) y de la conciencia social (sentimiento de pertenencia a una comunidad), son productos psicosociales de la evolución de la especie humana dentro de su trayectoria por el mundo. Pero, también representan fenómenos que pueden conducir a la persona hacia una especie de enquistamiento psíquico alrededor del tiempo presente y del espacio sentido como propio, en cuanto a únicos ámbitos vitales a tener en cuenta y, por tanto, a la consolidación de las ideologías que ponen el acento en la importancia del aquí y ahora.
He aquí, sin embargo, que el yo de una persona no se puede entender sin la existencia del yo de cada uno de sus padres, y el de los padres de los padres, y así hasta la primera generación de homo sapiens, y de estos hasta los primates, a los mamíferos, al resto de animales, a los vegetales… para acabar (si hay algo que puede acabarse) en el inicio de todo: el hipotético Big Bang.
El marxismo teoriza sobre el proceso de adquisición de la “conciencia de clase”. Después se ha hablado de la “conciencia social” y de la “conciencia de pueblo”. Pues bien, la conciencia de clase o la conciencia de pueblo (también la fe religiosa y el conocimiento científico) pueden devenir fenómenos incardinados en el proceso de enquistamiento del tiempo presente, fundamentalmente, en cuanto solidificación por decantación de un pasado acotado que, después, abre el paso a una concreta proyección para una vida futura de un colectivo concreto, pero que puede quedar alienada del presente y del futuro de la especie humana en general, ya sea este proceso denominado “implantación del sistema socialista”, como “consecución de la liberación nacional”, o “anhelo de salvación espiritual”…
Los humanos tenemos unos espacios y un tiempo pasado compartidos a partir de los que se perfilan trayectorias socioculturales diferenciadas. La dialéctica entre dos fuerzas (el entorno natural -genes incluidos- y la voluntad humana) delimita tanto las sociedades como las mentalidades.
Sin embargo, el fenómeno de concienciación individual o social (decantación de un pasado, más o menos nebuloso, en un presente concreto) no es un proceso circunscrito al reducido horizonte existencial de la vida de un individuo o de una familia, o de una generación, sino que puede engullir y alcanzar un espacio delimitado geográficamente y una concreta era histórica, a los que se atribuye determinadas características propias y diferentes a las de otros territorios y épocas.
Como fenómeno social paradigmático tenemos el patriotismo, o nacionalismo, que concreta una conciencia social a la historia de un territorio bien definido a lo largo de un tiempo (que reivindicamos nuestro), aunque nos remita hasta la oscuridad de la Edad Media o, incluso, más allá. Y eso genera sentimientos necesarios para el bienestar psíquico de las personas, como la seguridad que comporta el arraigo en una cultura y el orgullo de pertenencia a una comunidad. Mas, si todos estos sentimientos se decantan hacia posicionamientos insolidarios y excluyentes, se puede generar una conciencia individual y social cerrada, hermética, parcial. Aquí, entra en juego el proceso de asimilación (hacia la cohesión) de los iguales y de desagregación (hacia la marginación) de los diferentes, que incluso se pueden considerar contrarios.

guerra de banderas
(Guerra de banderas en el balcón del Ayuntamiento de Barcelona)

Por tanto, contra la conciencia hermética que provoca narcisismo, egoísmo, odio y violencia (aunque genera también solidaridad interétnica), hay que oponer una conciencia abierta, relativista, incardinada en una conciencia global, y abierta a la asunción y la asimilación del largo proceso de formación de la conciencia de la especie humana que, al mismo tiempo, tanto nos remite al Big Bang como a un futuro inseguro, pero lleno de esperanza hacia el consecución de la supervivencia de los humanos (tan incierta como se quiera).
Tampoco debemos olvidar la persistencia de las conciencias contingentes (culturales, nacionales, étnicas o religiosas), pero sin perder la perspectiva amplísima, en cuanto a cósmica, de dónde venimos y hacia dónde podemos ir. Los humanos hemos de intentar integrar las diversas historias de las tribus, en definitiva, los pensamientos parciales, particularizados, con el fin de elaborar una nueva forma de conocimiento holístico, cósmico. No obstante, esta mentalidad integradora puede asumir, como uno de sus ingredientes básicos el ideal de la secesión tribal cuando es preciso oponerse a cualquier uniformismo alienador, entendido este como otro particularismo, pero con efectos devastadores sobre la diversidad cultural y la libertad de las personas y de los pueblos.
Evidentemente, apostar por la asunción de una mentalidad integradora representa una forma más del pecado del idealismo: el mundo no va por aquí. Sin embargo, si deseamos mitigar el dolor, la miseria, la enfermedad y la violencia que sufren los seres humanos, algo diferente deberemos hacer respecto de lo que hemos hecho hasta ahora.

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(Marcha de refugiados sirios)

Entonces, nos tocará caminar hacia lo que puede unir la especie humana en lugar de buscar las ideas que enmarcan, que delimitan ideologías, que generan dogmas enfrentados a otros dogmas, así como la violencia inherente a la conjunción íntima de pensamiento y sentimiento que nos produce la impresión de estar en plena posesión de la Verdad Absoluta.
Desde la iniciática salida de África los humanos no hemos dejado de dispersarnos. Con el intento mítico de construcción de la Torre de Babel hemos llegado a confundirnos con lenguas diferentes, aunque bienqueridas.
Una vez instalados en el mundo globalizado, tendremos que cerrar nuestro círculo vital hacia la nueva unidad de la especie.

La izquierda ante el capitalismo

 

Pocos lo ponen en duda: el sistema capitalista, allá donde va, triunfa.
Sin ir más lejos -en España-, José Luis Rodríguez Zapatero, el Presidente del Gobierno más izquierdista de la democracia española, congeló las pensiones, recortó el salario de los funcionarios, y reformó el art. 135 de la Constitución española, al objeto de introducir el principio de estabilidad financiera para limitar el déficit, tras el toque de atención que le enviaron Barack Obama, Angela Merckel y -dicen- hasta el Presidente de China.

Al otro lado del Mediterráneo, el también izquierdista Alexis Tsipras, Primer Ministro de Grecia , tuvo que acatar las condiciones impuestas por la Troika, tras ganar un referéndum donde el pueblo griego dijo «NO» a la propuesta restrictiva de la Unión Europea (UE). En defnitiva, Jean-Claude Jüncker -como Presidente de la Comisión Europea– cogió de la manita a Tsipras… y Grecia acabó por ajustar su economía a los principios que rigen el sistema capitalista vigente, dentro del marco político de la Europa que aquella concibió en la Antigüedad.
A pesar de las crisis cíclicas y sistémicas que ha sufrido, la ideología capitalista se ha instalado en la organización de las sociedades y en las redes neuronales del cerebro humano y, por ello, ha sido capaz de implantar su lógica como la realidad inmutable con la que hay que contar y a la que hay que adaptarse si se quiere conseguir algo positivo en la vida.
Como animales racionales que decimos ser los humanos, nos planteamos el porqué del éxito del capitalismo y muchas han sido las teorías que se han desarrollado al respecto. Una de tantas de las razones triunfadoras podría residir en que el fundamento lógico del sistema se asienta firmemente sobre el instinto básico de predación de la especie humana (ley de supervivencia de los mejor adaptados a la evolución), el cual llega a inscribirse con letras de oro en las sagradas escrituras (“…y manden en los peces del mar y en las aves del cielo…») y termina por instalarse cómodamente en las leyes (escritas y no escritas) del funcionamiento del mercado, del que se predica su capacidad para la creación de bienestar social y la generación de libertad que le es inherente.
Y esta hegemonía es tan aplastante que ya se ha producido la erradicación del sistema comunista sobre el mapa planetario, en tanto que antagónico del capitalista, incluso con la desintegración del Estado más grande de la Tierra (la URSS) que daba sustento a aquél.
También es rotunda la victoria del capitalismo porque ha domeñado sibilínamente a los agentes que en teoría deberían actuar, desde el interior, como contrarios al mantenimiento del sistema. Dicho de otra manera, partidos socialistas, sindicatos… se han limitado a reconocer el cuadro de valores inmutables del régimen y a jugar el juego que dicta la lógica del moderno Gran Leviatán. Hasta Podemos -partido emergente en el que se habían depositado muchas esperanzas de cambio radical- ha ido adaptando sus propuestas al marco inmutable del sistema, conforme iban tocando tierra sus ideales fundadores.
Así, ante la falta de visiones ideológicas realmente contrapuestas, la lucha de los partidos por el poder se ciñe a resaltar las diferencias con el contrario a través de políticas de imagen y a vender en el mercado electoral supuestas alternativas programáticas, que tan solo suponen una discrepancia en pequeños porcentajes de inversión en partidas presupuestarias socialmente sensibles, como es el caso de las áreas de bienestar social o empleo (mejor: subsidios al desempleo). Con ello intentan aquietar las conciencias pseudorrevolucionarias que hace tiempo han borrado de sus mentes cualquier atisbo de verdadera revolución social. Mientras, la falta de un proyecto alternativo serio se salda con unas políticas parciales y, en su mayoría, erráticas.

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(Graffiti de DEIH en la calle de Na Jordana, Valencia)

Mientras, la espiral de la desigualdad social recorre el mundo impulsada por la predación descontrolada de los agentes del sistema capitalista, con los cuales acabamos por colaborar todos: unos (los capitalistas) persiguiendo más beneficios; otros (los asalariados) reivindicando mayores retribuciones; unos y otros, consumiendo los bienes y servicios que ofrece el sistema, aunque sea a fuerza de endeudarse hasta las cejas.
Todos, en definitiva, creemos asistir como meros espectadores a esa guerra silenciosa, casi anónima, pero realmente cruenta, que se desarrolla a lo largo y ancho de los confines de la Tierra, aunque nuestros gestos cotidianos nutren la lógica del sistema.
El tiempo dirá si dentro de los parámetros del sistema actual cabe un cambio hacia un capitalismo “de rostro humano”, en el que la voracidad consustancial al yo individual y colectivo, pueda ser temperada por el sentimiento de compasión hacia el prójimo y de respeto hacia la Naturaleza, o si, por el contrario, el instinto predador de cada sujeto solo puede conducirnos hacia el capitalismo más y más “salvaje”, al cual algunas mentes justicieras pretendan oponer un orden económico y social diferente.
Mas, para poder dilucidar los caminos futuros de nuestra sociedad, es necesario que cesen de una vez por todas las funciones del circo ideológico y del teatro de las variedades políticas, donde día tras día los actores profesionales del cuadro de políticos e ideólogos representan su papel (en el fondo el mismo aunque disfrazado de máscaras diferentes) y tratan de confundir nuestras mentes con juegos de malabarismo dialéctico, siguiendo los dictados de un sencillo guión escrito por los agentes económicos y financieros que rigen los destinos de los capitales y de las personas.

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(Graffiti de Julieta en el Centro Histórico de Valencia)

A la hora de la verdad, habrá que bajar la política a la arena de la seriedad, allá donde se plante batalla a pecho descubierto a la bestia negra del yo desatado. Y habrá que decir las cosas por su nombre. Y se tendrá que discrepar en aquello en lo que realmente no se esté de acuerdo. Pero, fundamentalmente, deberemos intentar el logro de consensos en las materias que sean más significativas para el buen desarrollo de toda la Humanidad, porque, ciertamente, sin un consenso guiado por la buena fe es difícil pensar en un cambio social radical y, al mismo tiempo, no violento.

#Democracia_Virtual_Ya (Acto III). Bipartidismo: «¡Hasta luego, Lucas!»

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(Los triunfadores de la Gala Electoral del 24-M. Fuente: http://www.formulatv.com)

Durante la larga noche de las urnas rotas en las elecciones del 24 de mayo, salía a la palestra catódica la crónica de los (malos) resultados obtenidos por el partido de Rita Barberá, en las municipales. Sin disimular el regocijo por la más que previsible pérdida del cargo de la eterna alcaldesa de Valencia, Antonio García Ferreras, conductor del programa Al Rojo Vivo de La Sexta, exclamó: «Rita, ¡hasta luego, Lucas!

Es de sobra conocido que en cualquier elección, todos los protagonistas encuetran un motivo que les permite manifestar su contento. Así, el Partido Popular —pese a la fuerte bajada en el número de votantes y a la previsible pérdida de sus más importantes bastiones autonómicos y municipales— pregonaba que había ganado a su contrincante principal —el PSOE— en el total de votos obtenidos en las elecciones municipales. El PSOE, a su vez, se consideraba más satisfecho todavía, en boca de su Secretario General, Pedro Sánchez, ya que, aunque había perdido votos, se le habría el camino para la plasmación de pactos postelectorales que le permitirían «alcanzar al PP», es decir, arrebatarle buena cosa de alcaldías y presidencias de Comunidades Autónomas.

Pero ese positivismo, un tanto postizo, no era nada comparado con la inmensa felicidad mostrada ante las cámaras de televisión por Pablo Iglesias y Albert Rivera, líderes de las dos nuevas formaciones que anuncian la buena nueva de traer el cambio a la anquilosada y renqueante política española —hegemonizada por la casta de políticos corruptos—, a fin de abrir una nueva era en el sistema político-constitucional español.

Sin embargo, ¿alguien duda de que los auténticos vencedores en estas elecciones se esconden detrás de los apellidos Ferreras, Pastor & Cia.? ¿Es cuestionable que las cabezas visibles de las potentes plataformas mediáticas han logrado su Objetivo?

Cuatro, Telecinco y La Sexta, fundamentalmente —antes, Intereconomía—, han catapultado al universo catódico a las figuras emergentes de los nuevos partidos que se proponen acabar con el bipartidismo: Podemos, en un principio, para debilitar al PSOE, Ciudadanos, recientemente, para comerle terreno al PP; de paso, los primeros han engullido a IU, y los otros a UPyD. Los mass media les han dado el protagonismo que para sí hubiesen querido partidos con mayor representación parlamentaria y municipal; les han aplicado masajes en forma de entrevistas amables, e invitado a tertulias en las que el debate giraba en torno a sus personas y formaciones políticas…

Esos medios han ido construyendo una especie de democracia virtual, hegemonizada por las tertulias y sustentada en encuestas demoscópicas que anuncian el cambio, en paralelo —y en detrimento— de la democracia real, aquella triste y aburrida pléyade de parlamentarios, concejales y alcaldes, elegidos en elecciones democráticas, de los que algunos renegaban bajo la consigna del «no nos representan» (Ahora, ¿»sí/no nos representan?).

En la sociedad de la (des)información y del espectáculo. En la sociedad de la transparencia y de la vida líquida. En la sociedad basada en la desconfianza de los ciudadanos hacia sus representantes políticos, los nuevos líderes han encontrado en los clásicos a los chivos expiatorios de todos sus males, los cuales, por otra parte, asisten impotentes a la fragmentación y debilitamiento de su poder, mientras se globalizan la información y la economía. En esta sociedad, son los medios de comunicación —en cuanto voceros de las fuerzas económicas hegemónicas — quienes controlan la hoja de ruta política, e iluminan o dan sombra a los líderes políticos.

Mientras, en España (¿solo en España?), la política se traslada de las instituciones y los parlamentos a los platós de televisión. Una España que vive una segunda Transición: aquélla que va desde la Democracia Real, hacia la Democracia Virtual. Sobre la base real de la precariedad socioeconómica extendida por la crisis económica y de la corrupción —que regresa desde el pasado, como los tuits indignos de Zapata & Cia.—, se inaugura un nuevo sistema que desea partidos débiles y cautivos de los medios de comunicación, en cuanto poderosos emporios empresariales que buscan el beneficio económico y, por lo tanto, la consolidación y crecimiento del sistema capitalista. Una nueva democracia protagonizada por líderes jóvenes, carismáticos, mediáticos, encumbrados a partir de su presencia en la brega de las tertulias televisivas.

Dado que, a corto plazo, es improbable que éstos logren asaltar la Moncloa (el cielo deseado), su misión utópica conecta con los intereses de los holdings de la comunicación. De esta manera, se moldean partidos dirigidos por líderes telegénicos  elegidos en primarias (fiestas de la democracia con auténtico sabor americano), y que prometen un sistema electoral de listas abiertas (demandado, dada su mayor complejidad, por los ciudadanos mejor informados). Además, esos sistemas electivos son los deseados por los medios de comunicación porque priman el personalismo y, en la sociedad de la información, se imponen.

En este entorno no hay mejor práctica política que aquella consistente en sustituir los aburridos discursos parlamentarios y las votaciones ya conocidas de antemano (no digamos de las comprometidas asistencias a reuniones y manifestaciones reivindicativas), por las tertulias televisivas que uno puede seguir cómodamente sentado en el sofá.

Productos políticos elaborados a la sombra de una crisis, provocada por el pinchazo de dos burbujas: la financiera y la inmobiliaria —con su correlato de corrupción—, Podemos y Ciudadanos, presentan las características de todo fenómeno inflacionario. Pues, así como los mercados inmobiliario y financiero se desarrollan paralelamente a la evolución de la economía real, para llegar a separarse drásticamente de la realidad socioeconómica —por movimientos especulativos—, hasta que se produce el pinchazo de la burbuja creada, los nuevos partidos —que han crecido al amparo de esa democracia virtual patrocinada por las grandes cadenas privadas de televisión—, pueden ver cortado su desarrollo cuando esos medios atiendan a otras necesidades políticas.

«¡Hasta luego, Lucas!», exclamó Ferreras en la noche electoral. Tal vez, no era consciente de emitir un mensaje polisémico: «¡Adiós, líderes de una época superada por la corriente de la Historia!». Pero también, «¡hasta pronto!», tal vez, «hasta las próximas elecciones», una vez sea pinchada convenientemente la presente burbuja político-mediática.

¿Dónde está #LaGente?

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De un tiempo a esta parte, asistimos a la presión ejercida sobre la clase política, al objeto de que exista un mayor grado de transparencia en la gestión de los asuntos públicos. Esta demanda se pone en boca de ese concepto sociopolítico denominado #LaGente, y bebe del manantial de la corrupción que nace antes del comienzo de la crisis económica.

Aunque se quiere vender la burra de que es #LaGente (indignada) quien reclama esa transparencia por la pérdida de la confianza en #LaCasta, la presión fundamental en ese sentido es ejercida por los poderosos medios de comunicación que, a su vez, utilizan como portavoces suyos a los líderes de los más nuevos de los nuevos partidos, es decir, aquellos como Podemos (y Ciudadanos en menor medida) que han copado -y copan- los espacios televisivos de tertulias, aún desde la época en la que existían como extraparlamentarios en las instituciones españolas y europeas.

También es lógico que sean los medios de comunicación los más interesados en las políticas de transparencia, que tienen todos los incentivos del mundo para encontrar los escándalos más jugosos, que son los que más periódicos venden e incrementan las audiencias de radio y televisión. Además, cuentan con los instrumentos adecuados para «revisar y buscar errores y omisiones en presupuestos de miles de millones de euros con centenares de partidas… [Esto] requiere una cantidad de horas de trabajo extraordinaria, lo cual está al alcance de muy pocos» (PolitikonLa urna rota). Pero, para dichos autores «cualquier iniciativa en favor de la transparencia solo va a gozar de éxito si se cuenta con medios de comunicación independientes y fuertes para hacer uso de la información .

Y, precisamente, los grandes medios de comunicación españoles no pueden presumir de independencia, ya que o bien están alineados en favor del partido del Gobierno, o bien en favor de los partidos de la oposición, lo que se ha dado en llamar «pluralismo polarizado» y que, hasta hace poco, ha favorecido el mantenimiento del bipartidismo imperfecto, a la vez que ha favorecido la desactivación de las movilizaciones de la sociedad civil, ya que los ciudadanos han delegado sus inquietudes políticas en las líneas editoriales de los medios de comunicación afines ideológicamente, y con ello se dan por satisfechos. Excepción hecha de los sectores sociales más comprometidos que, por otra parte, se conforman con asistir a manifestaciones, protagonizar huelgas, y participar en las redes sociales. Con todo ello, la sociedad civil se encuentra desarticulada y se muestra pasiva. Para Politikon,

«Contamos con una ciudadanía en general poco articulada y asociada, capaz de movilizarse puntualmente, sobre todo de manera reactiva, pero poco orientada al compromiso y el trabajo organizado a medio y largo plazo sobre fines bien delimitados».

Parece que a los ciudadanos de a pie les sobra con contemplar, cómodamente sentados en el sofá, los programas estilo Salvemos (Salvados) de luxe que se internan en nuestros hogares y extienden su influencia a las tertulias en el bar o en el centro de trabajo, con el objeto de poner a caldo a #LaCasta, haciéndose eco de las tropelías políticas denunciadas en los platós de televisión y, subsidiariamente, ante los tribunales de justicia.

Con estos mimbres no puede construirse un entramado ciudadano estable y potente, capaz de llegar a ser un interlocutor serio con la clase política y las omnipresentes y omnipotentes empresas de comunicación de masas, ya que los máximos esfuerzos de #LaGente se limitan a llevar a cabo acciones de carácter ocasional y reactivo, por lo que no pueden consolidarse estructuras políticas más participativas.

En consecuencia, no tenemos un tejido asociativo y de participación política fuerte, por lo que no existe una auténtica fiscalización vertical y las inquietudes en materia de transparencia se quedan en el morbo: sueldos de los cargos políticos, gastos más o menos justificados de las administraciones públicas, corruptelas… Como dicen los autores de La urna rota, «la apatía, la indignación ocasional y la negación sin matices de la política existente solo facilitan una política que ignore cada vez más a los ciudadanos».

Dado el estado insatisfactorio de la cuestión, se impone como tarea fundamental para sociólogos, politólogos y demás gente de buen vivir, establecer los métodos que permitan conseguir la mayor vertebración posible de #LaSociedadCivil.

(Fotografía: El león Daoíz, guardián del Congreso de los Diputados, en la falla del Ayuntamiento de Valencia. Fuente La 1 de TVE)