Archivo por meses: abril 2017

El sueño de la nación produce monstruos (como #Trump, #Putin, o #LePen)

Las mentes interesadas de los políticos populistas, es decir, de casi todos, crean la entelequia socio-política-electoral de #LaGente, como sujeto colectivo al que hay que atender en sus pretendidas inquietudes y al que se debe pleitesía. Sin embargo, este sujeto público no existe en la realidad, sino que es una abstracción elaborada por los líderes de las formaciones políticas en su camino hacia la conquista o el mantenimiento del poder.

En la construcción de este monstruo colectivo intervienen también, de una manera determinante, los medios de comunicación, en cuanto intermediarios entre la realidad política y la realidad social. Ambas son manipulables.

Así puede entenderse que fuerzas políticas minoritarias en el ámbito electoral e institucional se conviertan en portavoces de #LaGente, dando a entender que ellas representan el sentir de la mayoría de la población, o de las clases populares, mientras los resultados electorales desmienten categóricamente dicha idea y les otorgan los porcentajes y el número exacto de representatividad que poseen. Evidentemente, sin la ayuda fundamental de influyentes medios de comunicación, no podría darse este fenómeno de hiperrepresentatividad virtual y de omnipresencia televisiva.

Si queremos ser objetivos, deberemos constatar que en determinadas épocas convulsas los anhelos de #LaGente verdadera, las mayorías sociales, pueden producir monstruos, dictadores descomunales, como Hitler, como Stalin… Y, dentro de las coordenadas democráticas, otorgan el poder  a líderes nacional-mediáticos del talante populista de Berlusconi, Putin, o Trump, al tiempo que dan un fuerte respaldo a líderes de extrema derecha como Le Pen, y de extrema izquierda como Tsipras, Iglesias o Mélenchon. (A Putin, por cierto, se le señala como presunto pirata informático, aliado de Trump y Le Pen).

Extensas capas sociales responden de una manera emocional, simplista, burda, en ocasiones violenta, a los embates de las crisis económicas, de manera que se exterioriza el odio hacia la clase política y empresarial -sobretodo los banqueros- administradora del sistema socioeconómico (antes etiquetada por Podemos como #LaCasta, ahora como #LaTrama, ¿después?..). Además, los líderes derechistas culpan a los emigrantes y refugiados de buena parte de la inestabilidad social, por la presunta comisión de delitos contra las personas y sus propiedades, al tiempo que usurpan puestos de trabajo (escaso) a los nacionales.

En los tiempos que corren, los políticos que masajean los oídos de #LaGente suelen llevarse el gato al agua, en mayor o menor grado. El sistema democrático reconoce derechos y libertades de los ciudadanos. También responsabilidades. No obstante, la predisposición de la clase política -y de los medios de comunicación- a granjearse la simpatía de la mayoría de la población -y aumentar y fidelizar la audiencia, en el caso de los mass media-, ha conducido a una situación en la que se eleva a nivel político el lema del marketing comercial, según el cual «el cliente siempre tiene razón«. Por ello, los partidos políticos tienden a complacer en todo al electorado potencial, que es quien ha de otorgarles el poder.

Cuando, en épocas de crisis como la actual, se incrementa la precariedad laboral y se extiende la desigualdad social y la miseria, se alzan las voces del populismo ofreciendo a #LaGente la cabeza de los gestores del sistema, soluciones simples a la complejidad de los fenómenos socioeconómicos y, si se tercia, el oro y el moro en forma de jubilaciones a los 6o años, impago de la deuda estatal y rentas básicas varias. No importa si ahora se prometen determinados beneficios personales y colectivos, y más adelante se cambian por otros: la falta de coherencia forma parte de la esencia del populismo, el cual tiene como norte complacer al Leviatán insaciable de #LaGente, en el camino hacia la consecución del poder.

Pero los líderes y las políticas populistas también provocan temor en amplias capas de la sociedad. Por ello, Marine Le Pen, candidata a la Presidencia de Francia en la segunda vuelta electoral, ha pretendido dulcificar su imagen para intentar asustar a la mínima cantidad posible de electores franceses, al objeto de ampliar su espectro político fuera de los márgenes del populismo y, tras reconocer la victoria electoral de Emmanuel Macron, ha anunciado la formación de una nueva fuerza política.

Al igual que Donald Trump, en el momento de cumplir los 100 días en la Presidencia de los Estados Unidos de América (first), tuvo que enmendar la plana al #Trump de la agresiva campaña electoral y de las primeras medidas de gobierno anunciadas en aquella, y reconocer que gobernar no es tan fácil como creía. Pues es consustancial a la democracia la división de poderes y el establecimiento de contrafuertes al poder que se considera omnipotente. Así, el Poder Judicial ha tumbado sus Órdenes sobre el veto inmigratorio y los Presupuestos del Estado, que deben ser aprobados por el Poder Legislativo, ponen en entredicho la posibilidad de ampliar la valla que separa la frontera entre EEUU y México.

En definitiva, no es tan fiero el león como lo pintan y, debidamente domesticados, los políticos extremistas acaban por inclinar su cerviz ante las exigencias lógicas del sistema. No obstante, sería conveniente abandonar las fuertes emociones provocadas por esa montaña rusa en la que se ha convertido la política actual, donde las propuestas programáticas, dirigidas a enardecer el corazón de #LaGente, no hacen más que tambalearse y cambiar de dirección, aceleradas por la fuerza y la inmediatez de la información, lo que impide la adopción de medidas racionales y el seguimiento de una trayectoria coherente, sin sobresaltos excesivos.

Desde una política responsable [¿hay alguien ahí?], se deberían impulsar propuestas socioeconómicas meditadas, capaces de lograr el máximo bienestar social. A su vez, serían deseables programas educativos encaminados a facilitar la extensión entre la población de los principios básicos de la democracia -con sus derechos, pero también con sus responsabilidades-, así como fomentar la floración de mentalidades con capacidad para la reflexión y la crítica constructiva.

Y que en nuestras sociedades se despierte el sentimiento de la empatía, aquél que antes era dado en llamar «amor al prójimo».

(Fuente de la fotografía: Expansión)

El Padre, La Madre, y El Niño de Todas las Bombas

Trump, el dirigente del país capitalista hegemónico, ha lanzado sobre territorio afgano la denominada La Madre de Todas las Bombas con el objetivo de desarticular al Dáesh, principal causante de la guerra que tiene lugar en territorio sirio, así como de los terribles atentados efectuados contra los seres humanos de la sociedad occidental y de otros lugares del planeta. Acciones violentas que hunden sus raíces en la moral que se desprende de una doctrina radicalizada de una religión: el islam. Esta bomba fue lanzada después de producirse el ataque aéreo contra la base del ejército sirio, al parecer, origen de la masacre de población civil mediante la utilización de gas sarín.

Poco tardó Putin -exmiembro de la KGB soviética y actual presidente de la Rusia regida por la economía de mercado- para mostrar su desacuerdo con la acción bélica contra su aliado, el presidente sirio Bashar al-Ásad, haciendo piña con el poder de los ayatolás iraníes. El presunto aliado de Trump en materia electoral quiso demostrar su posición de fuerza en el conflicto armamentístico comunicando a Estados Unidos y a la Humanidad entera que Rusia posee El Padre de Todas las Bombas, con una capacidad destructiva cuatro o siete veces (ves a saber) superior a La Madre americana.

Y en eso llegó El Niño norcoreano -un tal Kim Jong-un, líder del país más hermético y comunista del mundo, monta su particular procesión de la Pascua atea -con pepinos nucleares incluidos- y amenaza a EEUU con una guerra nuclear al ritmo del paso de la oca de miles y miles de marciales soldaditos, como clonados por uranio enriquecido. Mientras, China, un país dirigido por el Partido Comunista, pero con economía de mercado, oye las exhortaciones de Trump a la ayuda mutua contra el desafío norcoreano, y está a verlas venir.

De todos estos movimientos de tropas podemos colegir que el derribo del Muro de Berlín ha dejado al descubierto los antagonismos territoriales y de lucha por el poder, antes enmascarados por la guerra fría entre los postulados ideológicos que propugnaban un régimen soviético opuesto al sistema capitalista, y viceversa. Sin ir más lejos, la postura de la Unión Soviética en la Guerra Civil española -de ayuda a la República, de tipo burgués, y favorable a centrar los esfuerzos en ganar la guerra mediante la formación del Frente Popular, en contra del posicionamiento de las organizaciones anarquistas y del POUM tendente a fomentar la revolución social como forma de ganar la guerra- solo puede entenderse desde la búsqueda del interés del Estado soviético de una alianza con las potencias occidentales para derrotar al Eje alemán-italiano-japonés.

La omnipresencia en la sociedad de estos fenómenos cargados de egoísmo, de ambición de poder y riqueza, y de violencia que, incluso, han servido para la venta, en tanto que mercancía mediática, debería hacernos reflexionar -si eso es aún posible- sobre el mundo que tenemos y las cosas que pretendemos cambiar. Cuestiones que deberían incitar a los humanos a empezar una nueva etapa en el terreno económico, político y ético, a partir de las reflexiones sobre la miseria y el dolor que provocamos en otros individuos de la nuestra especie, así como los daños causados a la Naturaleza. Si la Humanidad no es capaz de alcanzar un mínimo común denominador ideológico y vital -lo más generalizado posible-, los enfrentamientos y el dolor continuarán su camino imparable, hacia la extinción de la especie.

Como objetivo que puede unir tanto el impulso natural del instinto territorial y predador, como la energía de nuestra autoconciencia -que se resiste a su desaparición-, sería deseable patrocinar la lucha por el bienestar de nuestra especie, el esfuerzo conjunto hacia su supervivencia mediante el fomento de la colaboración entre personas y pueblos, siempre en competencia.

Evidentemente, nunca podremos erradicar del todo el dolor y los conflictos inherentes a los seres terrenales, mas si los dirigentes políticos, religiosos y sociales, los responsables de los sistemas educativos y de los medios de comunicación, los intelectuales, y los individuos en general, asumen cada vez más esta meta general, tal vez seamos capaces de encontrar un camino más amable y esperanzador para el desarrollo de la especie humana.

(Fuente de la fotografía: CNN en español)

 

En una Semana Santa que dará qué pensar

Se atribuye al sentimiento religioso (mistérico?, mágico?) una raíz incardinada en los mecanismos irracionales de la mente humana. Por eso es puesto en cuestión por los sectores sociales progresistas o de izquierdas que comulgan con el pensamiento de Carlos Marx (anterior a la invención del fútbol) según el cual: “La religión es el opio del pueblo”. Mas, el camino que habría de conducir al encuentro del hombre ideal, libre de alienaciones personales y de sumisiones sociales, se ha mostrado plagado de violencia física y mental hacia el hombre real, aquel que piensa y siente con arreglo a lo que ha heredado de la tradición y él ha asumido.

Esta disputa se produce porque a menudo se contrapone al sistema de pensamiento lógico, científico o racional, el conjunto de creencias religiosas o espirituales, a los que determinados intelectuales añaden los sentimientos de pertenencia étnica o territorial: nacionalismo, fundamentalmente, que son clasificadas dentro de las coordenadas psicológicas donde imperan los instintos básicos —miedo a aquello desconocido o a perder las señas de identidad, de manera principal— y las supersticiones más incontroladas por el ser humano.

Sin embargo, podemos dar la vuelta a esa tortilla al objeto de conceptuar los sistemas mentales de tipo religioso como fabricación genuina del pensamiento típicamente humano, es decir, producto del razonamiento que da lugar a la lógica y a los hallazgos científicos, el cual siempre, evidentemente, forma matrimonio indisoluble con los impulsos instintivos. Porque, solo cuando el hombre adquiere la capacidad de pensar —por encima de las fuerzas instintivas, no necesariamente en contra de ellas, por lo menos en un principio— es cuando se puede plantear, por ejemplo, cuáles pueden ser las causas de los fenómenos físicos: atmosféricos, los fundamentos de la vida y de la muerte, etc. Y, dada la torpeza y la escasa eficacia del temprano pensamiento lógico para alcanzar la complejidad de los fenómenos naturales —en contraposición a la capacidad de adaptación e integración en el medio que tienen los instintos, gobernados por los genes supervivientes de un largo y complejo proceso evolutivo—, los humanos depositaron en fuerzas sobrenaturales la responsabilidad activa en la producción de estos fenómenos de la Naturaleza. De aquí a la creación de diferentes mitos y divinidades, capaces de ofrecer una explicación razonable ―y razonada― a los fenómenos de causa desconocida, tan solo hay varios escalones en la corta aventura de la especie humana en el planeta Tierra, la cual, por otro lado, resulta prácticamente despreciable en comparación con la larguísima existencia de la vida y del incierto currículum vitae del Universo.

Por tanto, los que creen ciegamente en el poder absoluto de la lógica y la ciencia no deberían rechazar, de primeras, las cosmogonías mítico-religiosas por irracionales, ya que son un resultado del prístino sistema de comprensión de la Naturaleza fundamentado en el pensamiento lógico y científico: son las diferentes caras de la misma moneda con la que el hombre paga su tributo de desnaturalización, mediante la pérdida de potencia sensitiva y del sentimiento de pertenencia a la Naturaleza.

Verdaderamente, la inadaptación del ser humano al medio natural se concreta en debilidad física y estado enfermizo (tan solo hay que ver como están de plenos los hospitales y ambulatorios de los sistemas estatales de salud pública) que, al mismo tiempo, repercute a la Naturaleza en forma de polución atmosférica, contaminación de tierras y de aguas, etc. Además, los dos polos de su mecanismo psíquico —instintos y raciocinio— a menudo luchan en un campo de batalla donde resulta malherida la persona humana, con el resultado de la proliferación de enfermedades psíquicas que podemos constatar también en la sociedad actual. Y, para acabar de redondearlo, la máquina de pensar tiene dos fuentes de alimentación de diferente signo, de manera que una de ellas, el sistema lógico y científico, avasalla a la otra, fundamentada en las creencias religiosas y sobrenaturales. Eso es así, porque la ciencia ha ido progresando y ha demostrado que los fenómenos físicos tienen unas causas materiales concretas, de manera que no hay lugar para las deidades de las cuales todo se hacía depender.

Curiosamente, el desarrollo cultural y tecnológico a lo largo de la historia elimina los dioses múltiples (paganismo) e impone la creencia —muchas veces por la fuerza de las armas— del Dios único de las grandes religiones: judaísmo, cristianismo e islamismo. Eso comporta la desacralización de los fenómenos naturales a favor de la implantación de un Dios único y abstracto, aunque con diferentes nombres (¿el último de ellos es “Ciencia”?), los cuales llegan a ser motivo de crueles guerras santas, en las que el poder político-económico y el poder religioso suelen actuar apoyándose mutuamente.

Este fenómeno de imbricación de la razón y la creencia se puede observar a lo largo de la historia de la humanidad, donde, al principio, el pensamiento inquisitivo de los humanos hacia los fenómenos de su entorno, y la duda existencial alrededor de su naturaleza mortal o inmortal, residía en el pensamiento mítico, la evolución del cual posibilitó el nacimiento, tanto de los instrumentos mentales científicos, como de las herramientas tecnológicas que aumentarían el poder de la ciencia, el cual, al mismo tiempo, fue en detrimento de la fe mítico-religiosa. sin embargo, no hay que olvidar que hasta Newton, cuando menos, no había una diferenciación metodológica y sustantiva entre la alquimia y la ciencia. No obstante, el desarrollo de la humanidad ha ido potenciando el caudal científico al tiempo que ha menguado la creencia en el Dios omnipresente, omnipotente y omnisciente.

Llegados a este punto, se ve difícil que ciencia y religión lleguen a vencer completamente una a la otra: detrás, o antes, de un hipotético Big Bang siempre se podrá colocar un Dios Todopoderoso al que imputar la creación del Universo tal como lo conocemos actualmente o podemos llegar a conocerlo.

Mientras, nos limitaremos a asistir al paso de las procesiones de Semana Santa, en cuanto monumentos levantados por el sentimiento religioso de determinado pueblo o, tal vez, huiremos de ellas aprovechando el tiempo de vacaciones… para acceder al interior de los templos de otros lugares, y quedar admirados por el rico tesoro artístico que atesoran.

(Fotografía: Eva Máñez, Semana Santa Marinera de Valencia. Fuente: Valencia Plaza)