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En lucha contra el pasado

El proceso contradictorio emprendido por la fuerza disipativa de la entropía y su contraria, la neguentropía, ha biselado un modelo evolutivo de la mente humana donde cualquiera puede divisar un estadio de preocupante inestabilidad psíquica.
Fundamentalmente, la clase política que se reclama progresista —dada la impotencia que manifiesta para cambiar la sociedad presente, y de ofrecer alternativas razonadas de futuro—, se decanta, cada vez con mayor fruición, hacia la incoación de procesos de revisión histórica. Por eso, asistimos, más o menos incrédulos, a los actos de condena de instituciones autoritarias y de dictadores resucitados de pasados remotos, así como al desagravio hacia sus víctimas.
Tan fuerte es el alud de esta energía involucionista, que la Iglesia Católica se ha contagiado de esta moda impugnadora del pasado, de forma que ha llegado a pedir perdón públicamente por la condena recaída —¡en el siglo XVII!— contra GALILEO GALILEI, así como por otros agravios históricos que han sido re-pasados.
Desde entonces hacia el hito (revisionista) histórica más próxima: el magnificente espectáculo audiovisual del traslado en helicóptero de las Fuerzas Armadas Españolas del cadáver de FRANCISCO FRANCO, desde el Valle de Los Caídos hasta el cementerio de Mingorrubio, en vivo y en directo. Lo cual demuestra que resulta mucho más cómodo y sencillo exhumar la momia de un dictador, que luchar —con el peligro de perder la libertad o la vida— contra su régimen opresor durante su dura vigencia. Al fin y al cabo, un acto de mera catarsis político-social para paliar la vergüenza colectiva de que El Generalísimo murió en la cama, de muerte natural, a resultas de que la fuerza de la represión fue más fuerte que la fuerza de la resistencia a ella.
[…]
Es decir, se está imponiendo la moda política de re-visitar los hechos y actuaciones humanas del pasado con ojos contemporáneos (hasta se han llegado a editar nuevas versiones de cuentos infantiles cuyo contenido no se considera apto para los nuevos cánones ideológicos), sin tener en cuenta los condicionantes históricos que modelaron la mente de nuestros antepasados, tal como nuestra época nos impele a ser como somos y a actuar de la manera en que lo hacemos: de una forma que las futuras generaciones no acabarán de entender (del todo).
Constituidos los humanos como objetos neguentrópicos, nuestra conciencia, a la vez que permite reconocernos como sujetos, está poco capacitada para apreciar el inexorable paso de la flecha del tiempo unidireccional. Porque, la flecha del tiempo nos señala que la vuelta a su punto de origen ya no es posible: la jarra que se rompe ya no puede volver a su estado original. No sirve de nada sublevarse por la decantación en el presente de todos los des-perfectos sociales del pasado. El pasado nos ha construido como personas y, a la vez, tan solo es un dato que nos tiene que servir para realizar las mejores prospecciones, a fin de encarar el siempre incierto futuro. El pasado, pasado está.
En sentido contrario, el ser humano eleva algunos hechos históricos a la categoría de hitos sentimentales colectivos, lo que genera una resistencia ideológica a interiorizarlos como meras improntas puntuales de la larga y compleja trayectoria de nuestra especie, a través de las eras-mundo que colonizaron los diferentes presentes —ya preteridos— de nuestra evolución.
Porque, con el anhelo humano de actualizar pasados —o preterir presentes— han ido configurándose las características propias de nuestros avances sociedades. No obstante, en vez de asumir como un todo indivisible los distintos estadios de la Historia, erigimos monumentos, rendimos homenajes a figuras representativas de un pasado reivindicado que, a la vez, pueden ser negación de otro pasado, no tan reivindicado: conquistadores militares que instauraron nuevos reinos y civilizaciones contra fuerzas hegemónicas antecedentes; artistas e intelectuales que sobresalieron para superar los paradigmas mentales dominantes en el pasado, tal vez todavía presente en sus vidas.
No obstante, como sucede en todos los ámbitos de la sociedad contemporánea que nos ha tocado vivir, en la mente del humano moderno se ha disparado la velocidad y, por eso, se ha multiplicado también la energía (e = m.c2, según EINSTEIN), del trabajo de revisión de los hitos y de las figuras históricas, a la luz de los valores de la sociedad actual. Y así es como la lucha de clases ha devenido lucha de frases, en busca del Paraíso… ¡ya perdido!
Entre los movimientos populistas, progresistas y de izquierdas de Cataluña, Valencia y Las Islas Baleares, ha arraigado el eslogan «Res a celebrar» (Nada que celebrar), referido a efemérides de victorias y conquistas, como por ejemplo el 12 de octubre (Día de la Hispanidad, por la llegada de Colón a América) y el 9 de octubre (Día de la Comunidad Valenciana, donde se celebra la entrada del rey Jaime I en València, hecho que se considera como la fecha de nacimiento del pueblo valenciano). Con la mentalidad de habitantes del siglo XXI, se condenan estos hechos históricos porque con ellos se ejerció la violencia contra la gente que habitaba esas tierras antes de llegar los conquistadores repartiendo varapalos a diestro y siniestro. Es decir, como la gran mayoría de las actuaciones de nuestra especie en el pasado. En cambio, sí que se da el visto bueno a celebrar con entusiasmo las derrotas de los bandos políticos con los cuales se sienten identificados: 11 de septiembre, 25 de abril… que tuvieron como consecuencia la pérdida de los fueros de los territorios de la Corona de Aragón.
Por mucho que nos pese, la energía vital de nuestra especie no solo ha sido determinada por los actos de bondad de nuestros congéneres, sino también por las actuaciones que hemos llegado a considerar como las más atroces, cometidas en nombre de las más peregrinas creencias, por los más sanguinarios individuos de entre los humanos. Los actos de heroísmo y compasión, el arte generado por los ideales religiosos —que tanto admiramos colectivamente, como los disfrutamos personalmente—, son inextricables del vandalismo y el dolor causados por las guerras de religión y de conquista, el etnocidio y la explotación de nuestros congéneres del pasado.
¡Actuamos tan inconscientemente a la hora de reivindicar a los buenos y de condenar a los malos!… No nos damos cuenta de que, tanto los unos como los otros, conforman el eco de la voz atronadora que clama en el desierto de las ideas, por la ambivalencia moral de nuestra condición de humanos.
Las celebraciones tradicionales —sobre hechos históricos siempre creados con claroscuros— nos tendrían que servir de apoyo para reafirmarnos como seres humanos arraigados en una tierra y una cultura propias, como atalaya desde la cual procurar extender la alegría y el bienestar entre los individuos de nuestra especie. Consiguientemente, tendremos que procurar ser mejores en el presente y garantizar un futuro más prometedor y solidario para nuestros descendentes, y ―eso sí― tendremos que sacar las consecuencias morales que se derivan de todos los hechos que construyen nuestra historia, pero evitando una re-visión histórica desde los conocimientos y los valores imperantes en nuestro tiempo presente.
Así, pues: ¿nada que celebrar?… Por favor, ¡que la fiesta continúe!…

(De mi libro Son de voces, eco de la entropía, págs. 169-172, Letrame Editorial, 2020).

La ‘aparición’ de Greta Soubirou en el País Multicolor

Greta Thunberg se ha alzado como el icono de los movimientos de denuncia contra el cambio climático y, por ello, ha liderado la nueva ola de indignación juvenil bautizada como «Fridays for Future«,  cuyos perfomances llenos de creatividad y rabia han inundado las calles de las principales poblaciones del planeta Tierra.

Cual Bernadette Soubirou en la era post-nietzchiana de la muerte del Dios de toda la vida (ahora encarnado en la firme creencia en la existencia del Cambio Climático), Greta actúa como poseedora de la revelación de los misterios de la Madre Tierra (algunos dicen que ha sido simplemente su madre), amenazada por la insidia y la maldad de nuestros gobernantes y directivos de las grandes corporaciones empresariales, aunque por el tono de voz empleado en sus arengas parece inculpar a todo el mundo, excepto a los jóvenes y niños, pues de ellos es el Reino del Futuro.

Con la inestimable ayuda de los medios de comunicación y de las redes sociales, difundiendo su carismática imagen, su mensaje ha calado en las mentes de multitud de jóvenes (y no tan jóvenes) partícipes en procesiones y plegarias reivindicativas, cargadas de gran devoción beatífica hacia la imagen de Greta y sus mensajes apocalípticos sobre la extinción de la vida en el planeta Tierra y, en consecuencia, de la especie humana. A su vez, Greta es paseada en olor de multitudes por los más variados centros de análisis y decisión política, para que pueda transmitir el mensaje que la Madre Tierra dirige a sus hijos, los cuales no la respetan ni reverencian como se merece su progenitora.

Greta ha llegado a Madrid para asistir a la Cumbre del Clima y sermonear a las autoridades españolas que la han invitado al evento, así como a los demás asistentes a la Congregación Ecologista Mundial. Se supone que, como en otras ocasiones similares, les echará en cara lo malvados que son al no hacer nada para evitar la extinción de especies animales y vegetales y, en definitiva, impedir la muerte del planeta Tierra. Mientras, los gobernantes españoles y sus adláteres (en actitud beatífica de arrepentimiento y espíritu de constricción) asintirán con la cabeza los improperios dirigidos a ellos y al resto de dirigentes de nuestro mundo cruel.

Mas, desde otro punto de vista, Greta se ha convertido en icono y síntoma del proceso de infantilización galopante que padece la sociedad actual, lo cual se pone de manifiesto en las nuevas creencias de la Neoreligión Populista de Lo-políticamente-correcto, es decir, en la hegemonía de las emociones sobre el raciocinio a la hora de lanzar críticas (genéricas) y ofrecer soluciones (simples) a los problemas (complejos) que ha de abordar una sociedad tecnológicamente tan desarrollada como la nuestra.

Está claro que debemos prestar atención a las necesidades e inquietudes de nuestros niños y jóvenes. Hemos de luchar por ofrecerles un mundo mejor en el presente y una esperanza de futuro, ya que representan el tesoro más preciado de nuestra estirpe. Pero otra cosa diferente es conceder a la juventud la autoridad moral e ideológica para efectuar análisis y ofrecer respuestas a los retos de nuestra sociedad. Pues si en el haber de la juventud podemos anotar la energía y el idealismo desbordantes en pro de la conquista de una sociedad más feliz, libre y justa, en el debe encontramos una formación intelectual aún incompleta, un mayor peso de los sentimientos sobre el raciocinio y, por lo tanto, una mayor facilidad para dejarse embaucar y manipular por las personas mayores.

Hay quien asegura que Greta Thunberg es utilizada por sus padres y por empresas del sector de las energía renovables, a fin de obtener sustanciosos beneficios económicos. No sería nada extraña la presencia de este tipo de manipulación, o de cualquier otra que provenga del campo ideológico o de la economía, dada la mayor vulnerabilidad de los jóvenes en este terreno. Si hoy en día buena parte de la población adulta ha caído en las redes político-ideológicas del populismo más soez (en sus versiones de derecha y de izquierda), y de los cuentos sin fin de buena parte de nuestros políticos,  ¡cómo no van a caer los jóvenes en las trampas tendidas por dirigentes políticos y empresariales sin escrúpulos!..

Debemos cuidar por el bienestar presente y futuro de nuestros niños y jóvenes, escuchar sus demandas y propuestas. No obstante, es obligación de todos intentar buscar un equilibrio entre la energía de las pasiones incendiarias, y la capacidad de raciocinio inherente a la especie humana, desarrollada a lo largo de los siglos, si no queremos que se nos vaya todo por la borda.

(Imagen: Marcha por el Clima, TVE).

 

Huyendo del mundanal ruido

Se intensifica el éxodo vacacional. La gente huye despavorida de la monotonía y del trabajo. Las carreteras soportan la inmensa cantidad de vehículos que trasladan a sus propietarios al apartamento de la playa o a la casita del pueblo. Los aeropuertos se colapsan por la gran cantidad de personas que vuelan hacia países más o menos lejanos. Pero, ¿la gente huye también del bombardeo informativo?

La mayoría de los economistas aseguran que la crisis iniciada en 2008 ha alcanzado una gravedad semejante a la que tuvo lugar con el denominado «crack de 1929». Su profundidad y duración así parecen corroborarlo: colapso del sistema bancario, cierre de empresas, paro galopante, extensión de la pobreza… Sin embargo, existe una diferencia fundamental entre estas dos grandes crisis: la actual ha tenido lugar en la era en la que se han intensificado los fenómenos de la globalización y del crecimiento exponencial del tráfico de la información. Debido a ello, los hechos sociales y las opiniones vertidas sobre estos se extienden rápidamente por el globo terráqueo, a través de los medios de comunicación de masas y de las redes sociales.

Y la hiperinformación acaba generando ruido social molesto. La noticia suele residir en el hecho desagradable: las muertes violentas, los accidentes de todo tipo, la comisión de delitos y la aplicación de las penas correspondientes, los casos de corrupción política… Los mass media fomentan y amplifican dicho ruido porque con él incrementan los niveles de audiencia y , por ello, les es rentable económicamente, pues las estridencias producen morbo y la gente compra el morbo con gusto.

Las crisis cíclicas (tanto las regulares como las extraordinarias) son inherentes al sistema capitalista y se caracterizan por provocar -en mayor o menor medida- paro, recortes salariales, más pobreza, encogimiento de los servicios públicos (por mengua de los ingresos de las Administraciones Públicas), incremento de las desigualdades sociales… Ahora, a las miserias producidas por la crisis hay que añadir la polución generada por el intensísimo tráfico comunicacional. De esta manera, las mentes de los ciudadanos llegan a percibir mayores niveles malestar psíquico-social: la crisis nos parece más especial, nefasta y duradera.

Tal es así, que el veloz y masivo reflejo que la formación de los fenómenos sociales contemporáneos tienen en los medios de comunicación, ha llegado a producir la generación de nuevas enfermedades psíquicas. Se ha constatado el progresivo incremento en la sociedad de nuevos miedos, como la “ecoansiedad”, la cual ya ha empezado a tratarse en los Estados Unidos, tan en vanguardia de todo.

Incluso ya podemos encontrar especialistas médicos en la fobia a la materia mediática por antonomasia: el cambio climático. Se llamanecoterapeutas” y una de ellas, Linda Buzzell, afirma que “las noticias sobre la situación del planeta son muy traumáticas, y muchas personas, impotentes ante los acontecimientos, tratan de bloquear estas informaciones. Pero tarde o temprano el miedo rompe su mecanismo de defensa y la gente experimenta muchísimo malestar .

¿Será el mayor y más rápido acceso a la información que caracteriza este nuevo siglo el culpable del nuevo temor global? Para el psiquiatra Enrique González Duro, autor del libro Biografía del miedo (Ed. Debate), una sociedad más informada no equivale necesariamente a una sociedad más miedosa, pero si más mediatizada. “Hay una excesiva cantidad de información, pero que no es cualitativamente diferente. Por ello, en las encuestas de opinión, la gente contesta que le preocupa lo que ve en la televisión: la amenaza terrorista, por ejemplo, que es una información que se repite hasta la saciedad”… 

Dado que la mayoría de las personas acostumbran a informarse por los mismos canales ―y todos los canales repiten las mismas informaciones―, sus cerebros acumulan una información estandarizada y ―aunque parezca contradictorio― sesgada.

Por lo que respecta a la situación socioeconómica, tenemos la impresión de que no nos vamos a quitar de encima el estado anímico provocado por la crisis. En tiempos pasados se consideraba que la economía de un país salía de la crisis cuando empezaba a crecer el PIB y a disminuir el paro. Ahora se dejan de lado las cifras macroeconómicas positivas y, los medios de comunicación, junto con los partidos que no ejercen el poder, se centran en destacar los casos concretos donde se plasman las desigualdades, la violencia, la corrupción y las miserias varias, elevando a la condición de categoría los fenómenos particulares. Y siempre quedará algún desahucio por ejecutar, algún ERE por tramitar, y algún vagabundo que viva debajo de algún puente…

Así puede entenderse el crecimiento del estado de indignación en la esfera social y el posterior nacimiento y potente desarrollo de los movimientos políticos populistas. Su presencia en el escenario dominado por el ruido social, permite el establecimiento de una complicidad interesada con algunos medios de comunicación de masas, los cuales cuentan con un instrumento más para difundir la contaminación informativa, tan rentable en términos crematísticos.

Las fuerzas populistas (independentismo catalán incluido), fusionadas con la que hemos dado en llamar izquierda ceniza, y en alianza con tertulianos varios, simplemente se limitan a poner el dedo en determinadas llagas del cuerpo social para intentar desahuciar al cuerpo entero, al sistema. Al final, todo queda en pura venta de humo mediático, pues sus pretendidas alternativas al sistema quedan reducidas a propuestas programáticas de políticas irrealizables -y perfectamente intercambiables por otras diferentes, según convenga- cuya virtualidad reside en captar el voto del ciudadano indignado, tanto por los hechos de la realidad como por los fenómenos informativos.

Como existirán siempre diferencias sociales y miserias individuales, las fuerzas aliadas del populismo y de la información continuarán generando el ruido suficiente para que resulte imposible alcanzar un grado aceptable de bienestar psíquico.

Hercúlea se antoja la misión de reducir el nivel de polución mediática. Aún más complicada parece la labor intelectual de realizar diagnósticos rigurosos sobre las deficiencias estructurales del sistema vigente, para acabar proponiendo alternativas viables al mismo. Pues, al entendimiento de los fenómenos económicos y sociales, hay que añadir los factores ideológicos, filosóficos y mediáticos que los alumbran o encubren.

Por eso, huimos hacia la quietud del mar y de la montaña, o buscamos nuevas impresiones en otros países… en cuanto podemos.

(Fuente de la fotografía: El Confidencial, aeropuerto de El Prat, Barcelona)

 

El sueño de la nación produce monstruos (como #Trump, #Putin, o #LePen)

Las mentes interesadas de los políticos populistas, es decir, de casi todos, crean la entelequia socio-política-electoral de #LaGente, como sujeto colectivo al que hay que atender en sus pretendidas inquietudes y al que se debe pleitesía. Sin embargo, este sujeto público no existe en la realidad, sino que es una abstracción elaborada por los líderes de las formaciones políticas en su camino hacia la conquista o el mantenimiento del poder.

En la construcción de este monstruo colectivo intervienen también, de una manera determinante, los medios de comunicación, en cuanto intermediarios entre la realidad política y la realidad social. Ambas son manipulables.

Así puede entenderse que fuerzas políticas minoritarias en el ámbito electoral e institucional se conviertan en portavoces de #LaGente, dando a entender que ellas representan el sentir de la mayoría de la población, o de las clases populares, mientras los resultados electorales desmienten categóricamente dicha idea y les otorgan los porcentajes y el número exacto de representatividad que poseen. Evidentemente, sin la ayuda fundamental de influyentes medios de comunicación, no podría darse este fenómeno de hiperrepresentatividad virtual y de omnipresencia televisiva.

Si queremos ser objetivos, deberemos constatar que en determinadas épocas convulsas los anhelos de #LaGente verdadera, las mayorías sociales, pueden producir monstruos, dictadores descomunales, como Hitler, como Stalin… Y, dentro de las coordenadas democráticas, otorgan el poder  a líderes nacional-mediáticos del talante populista de Berlusconi, Putin, o Trump, al tiempo que dan un fuerte respaldo a líderes de extrema derecha como Le Pen, y de extrema izquierda como Tsipras, Iglesias o Mélenchon. (A Putin, por cierto, se le señala como presunto pirata informático, aliado de Trump y Le Pen).

Extensas capas sociales responden de una manera emocional, simplista, burda, en ocasiones violenta, a los embates de las crisis económicas, de manera que se exterioriza el odio hacia la clase política y empresarial -sobretodo los banqueros- administradora del sistema socioeconómico (antes etiquetada por Podemos como #LaCasta, ahora como #LaTrama, ¿después?..). Además, los líderes derechistas culpan a los emigrantes y refugiados de buena parte de la inestabilidad social, por la presunta comisión de delitos contra las personas y sus propiedades, al tiempo que usurpan puestos de trabajo (escaso) a los nacionales.

En los tiempos que corren, los políticos que masajean los oídos de #LaGente suelen llevarse el gato al agua, en mayor o menor grado. El sistema democrático reconoce derechos y libertades de los ciudadanos. También responsabilidades. No obstante, la predisposición de la clase política -y de los medios de comunicación- a granjearse la simpatía de la mayoría de la población -y aumentar y fidelizar la audiencia, en el caso de los mass media-, ha conducido a una situación en la que se eleva a nivel político el lema del marketing comercial, según el cual «el cliente siempre tiene razón«. Por ello, los partidos políticos tienden a complacer en todo al electorado potencial, que es quien ha de otorgarles el poder.

Cuando, en épocas de crisis como la actual, se incrementa la precariedad laboral y se extiende la desigualdad social y la miseria, se alzan las voces del populismo ofreciendo a #LaGente la cabeza de los gestores del sistema, soluciones simples a la complejidad de los fenómenos socioeconómicos y, si se tercia, el oro y el moro en forma de jubilaciones a los 6o años, impago de la deuda estatal y rentas básicas varias. No importa si ahora se prometen determinados beneficios personales y colectivos, y más adelante se cambian por otros: la falta de coherencia forma parte de la esencia del populismo, el cual tiene como norte complacer al Leviatán insaciable de #LaGente, en el camino hacia la consecución del poder.

Pero los líderes y las políticas populistas también provocan temor en amplias capas de la sociedad. Por ello, Marine Le Pen, candidata a la Presidencia de Francia en la segunda vuelta electoral, ha pretendido dulcificar su imagen para intentar asustar a la mínima cantidad posible de electores franceses, al objeto de ampliar su espectro político fuera de los márgenes del populismo y, tras reconocer la victoria electoral de Emmanuel Macron, ha anunciado la formación de una nueva fuerza política.

Al igual que Donald Trump, en el momento de cumplir los 100 días en la Presidencia de los Estados Unidos de América (first), tuvo que enmendar la plana al #Trump de la agresiva campaña electoral y de las primeras medidas de gobierno anunciadas en aquella, y reconocer que gobernar no es tan fácil como creía. Pues es consustancial a la democracia la división de poderes y el establecimiento de contrafuertes al poder que se considera omnipotente. Así, el Poder Judicial ha tumbado sus Órdenes sobre el veto inmigratorio y los Presupuestos del Estado, que deben ser aprobados por el Poder Legislativo, ponen en entredicho la posibilidad de ampliar la valla que separa la frontera entre EEUU y México.

En definitiva, no es tan fiero el león como lo pintan y, debidamente domesticados, los políticos extremistas acaban por inclinar su cerviz ante las exigencias lógicas del sistema. No obstante, sería conveniente abandonar las fuertes emociones provocadas por esa montaña rusa en la que se ha convertido la política actual, donde las propuestas programáticas, dirigidas a enardecer el corazón de #LaGente, no hacen más que tambalearse y cambiar de dirección, aceleradas por la fuerza y la inmediatez de la información, lo que impide la adopción de medidas racionales y el seguimiento de una trayectoria coherente, sin sobresaltos excesivos.

Desde una política responsable [¿hay alguien ahí?], se deberían impulsar propuestas socioeconómicas meditadas, capaces de lograr el máximo bienestar social. A su vez, serían deseables programas educativos encaminados a facilitar la extensión entre la población de los principios básicos de la democracia -con sus derechos, pero también con sus responsabilidades-, así como fomentar la floración de mentalidades con capacidad para la reflexión y la crítica constructiva.

Y que en nuestras sociedades se despierte el sentimiento de la empatía, aquél que antes era dado en llamar «amor al prójimo».

(Fuente de la fotografía: Expansión)

¡Indigna(d)os!

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«Como cantara Raimon contra la dictadura: Digamos NO. Negaos. Actuad. Para empezar, ¡INDIGNAOS!»
JOSÉ LUIS SAMPEDRO, Prólogo del libro ¡INDIGNAOS! de STÉPHANE HESSEL.

En el principio fue la Indignación. ¿Qué viene después?: ¿La Revolución? ¿La Reflexión? ¿La Nada? Esa indignación que nace de una emoción ante las graves consecuencias de la crisis socio-económica, ¿tendrá su correlato en la capacidad humana para la recopilación de conocimientos y el análisis racional, al objeto de pergeñar alternativas viables (a ser posible, pacíficas) a este statu quo insatisfactorio?
Sampedro sintetiza las intenciones del autor:

«¡INDIGNAOS!, repite Hessel a los jóvenes. Les recuerda los logros de la segunda mitad del siglo XX en el terreno de los derechos humanos, la implantación de la Seguridad Social, los avances del estado de bienestar, al tiempo que les señala los actuales retrocesos […] Con un grito les está diciendo: ‘Chicos, cuidado, hemos luchado por conseguir lo que tenéis, ahora os toca a vosotros defenderlo, mantenerlo y mejorarlo; no permitáis que os lo arrebaten’ […] Luchad, para salvar los logros democráticos basados en valores éticos, de justicia y libertad prometidos tras la dolorosa lección de la segunda guerra mundial» (págs. 13-14)

Es decir, se hace un llamamiento a defender los logros democráticos conseguidos por las generaciones anteriores. Pero, ahora y aquí (en España), los vientos de indignación y el molino que recoge sus aspiraciones políticas, han apostado (en principio, luego ya se verá) por arrasar con lo anterior -la Transición y el proceso constituyente que produjo la Constitución española de 1978 y, con él, el régimen de derechos y libertades del que gozamos en la actualidad- para empezar de cero, iniciar una nueva Transición, un nuevo proceso constituyente. Un proceso que algunos parece que amagan con dirigirlo hacia la III República, en cuanto régimen deseado como reposición de la II República, revocada por un dictador que murió en la cama [Vid. la entrada de este blog Abrir el candado de la Transición]. Cabría preguntase si lo que el autor considera logros conseguidos después de la ‘dolorosa lección de la segunda guerra mundial’, ya no sirve para las conquistas democráticas del pueblo español traídas por la Transición y la Constitución de 1978.

Por otra parte, Hessel concreta sus pensamientos y, de nuevo, se dirige a la juventud:

«A los jóvenes, les digo: mirad a vuestro alrededor, encontraréis los hechos que justifiquen vuestra indignación -el trato a los inmigrantes, a los sin papeles, a los gitanos-. Encontraréis situaciones concretas que os llevarán a emprender una acción ciudadana fuerte: ¡Buscad y encontraréis! (pág. 35).

Aquí, el autor del panfleto-libro parece recomendar un ejercicio de recarga emocional con una indignación difusa que, con el desempeño detectivesco de buscar ‘situaciones concretas’, rearmarán nuestra voluntad y la orientarán hacia la ejecución de ‘una acción ciudadana fuerte‘. O sea, situaciones concretas, fenómenos aislados, huérfanos de una profundidad en el pensamiento y de una reflexión de una globalidad cada vez más interconectada. Respuestas concretas a esos fenómenos descoordinados. Por ello, las formaciones populistas -que recogen la antorcha ideológica de Hessel- se limitan a elaborar un listado de esas ‘situaciones concretas’ (recortes en sanidad y educación, regulación laboral, desahucios…), para darlas a conocer a la opinión pública -tan receptiva a esos mensajes de indignación- y, así, obtener fácilmente su apoyo mediático y callejero. Todo ello, sin el desgaste en popularidad que supone plantear propuestas razonadas, capaces de acabar con ese estado de cosas tan insatisfactorio o, como mínimo, de paliar sus consecuencias más negativas.

Aún así, Hessel reconoce la complejidad del mundo que nos ha tocado vivir:

«… las razones para indignarse pueden parecer hoy menos nítidas o el mundo, demasiado complejo. ¿Quién manda?, ¿quién decide? No siempre es fácil distinguir entre todas las corrientes que nos gobiernan. Ya no se trata de una pequeña élite cuyas artimañas comprendemos perfectamente. Es un mundo vasto, y nos damos cuenta de que es interdependiente: Vivimos en una interconectividad como no ha existido jamás. Pero en este mundo hay cosas insoportables» (pág. 31).

Pese a todo, la clave ideológica y, tal vez, el éxito logrado por ¡INDIGNAOS! reside en el ejercicio de simplificación de los fenómenos socioeconómicos, de señalamiento de posibles responsables (siempre ajenos y alejados del pueblo) y, de esta manera, ahorrar cualquier acto de autocrítica a la gente y a cada persona que forma parte de esa gente, respecto de la cual algunos caen, demasiado a menudo, en la tentación de arrogarse su representación, en exclusiva.

Ante tanta complejidad social, ¿puede entenderse mejor el papel de chivo expiatorio otorgado por la ciudadanía a la clase política clásica, convertida por arte del populismo en una casta que ‘no nos representa‘? [Vid. la entrada Chivos expiatorios de la crisis].

(Ilustración: Graffiti en el Parque de Marxalenes, Valencia)

Chivos expiatorios de la crisis

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«El problema de España es que los peores de nosotros son los que llegan al poder.
El pueblo español es muy solidario, muy generoso, es inteligente, trabajador,
pero la política se ha desprestigiado hasta el punto de que los más torpes y manejables, aquellos que menos respetan el arte de conseguir que la gente viva bien,
son los que están en el poder
«.
BENJAMÍN PRADO (escritor). Levante-EMV, 27-4-14.

Abnegados servidores del sistema (no reconocen ninguna alternativa al mismo, ¿alguien ha propuesto una salida viable al capitalismo?), los políticos tomaron decisiones difíciles para salvar al sistema capitalista de la crisis económica de 2008. Al objeto de evitar el derrumbe del capitalismo, los dirigentes de los países afectados por la crisis -es decir, casi todos- inyectaron dinero público al sistema bancario para que no se hundiera completamente, pues eso -ya se sabe- significaría la erradicación del capitalismo, ya que se predica como principal característica del sistema financiero la de actuar como sistema circulatorio de la anatomía social. Y, si falla el sistema circulatorio en cualquier organismo, el pronóstico es bien fácil: la muerte.
Una vez reconvertida la deuda privada en deuda pública, a través de ese trasvase de recursos hacia el sistema financiero, se ha producido una disminución del nivel de vida de la clase media y de los sectores más desfavorecidos de la sociedad.
Al tiempo, los agentes del capitalismo, con la inestimable colaboración del sistema mediático que ellos controlan, han lanzado una campaña masiva de desprestigio de la clase política. Una campaña que -¡cómo no!- ha calado en la opinión pública, de forma que los políticos se han convertido en el chivo expiatorio de todos los males habidos y por haber, en este periodo de profunda y extensa crisis económica.
El desprestigio de la clase política (ya convertida en casta) ha venido de la mano de los casos de corrupción (destapados, fundamentalmente, por los medios de comunicación) procedentes, en su mayoría, de operaciones irregulares y/o ilegales efectuadas en la época de bonanza, cuando la actividad económica (con la inmobiliaria a la cabeza) iba viento en popa a toda vela, el dinero corría alegremente de mano en mano (pública o privada) y era, por tanto, más fácil caer en la tentación de distraer recursos públicos hacia bolsillos privados y cajas de los partidos políticos con cuotas de poder.
Con la clase política maniatada por el incesante desfile de casos de corrupción, se producen los siguientes fenómenos socio-políticos:

1º. El pueblo (las personas que han sufrido en sus carnes los efectos nefastos de la crisis) ya tiene su particular chivo expiatorio de los desmanes sociales (lo que le exonera de cualquier responsabilidad individual o colectiva en la génesis y el desarrollo de la crisis. Evidentemente, las personas no son responsables de la crisis económica, sino sus víctimas. Aunque también deberíamos evitar caer en el populismo ramplón, de palabra (como el de la cita plasmada al inicio), acción u omisión, pues no podemos obviar que los representantes políticos son pueblo y han sido elegidos por el pueblo. Tampoco hemos de taparnos los ojos ante la verdad que esconde el dicho: «Dale un carguito si quieres conocer a fulanito»
2º. La clase capitalista fortalece su posición hegemónica en la regulación del sistema, de manera que, ante las dificultades que presentan las empresas para sobrevivir a la crisis, se llevan a cabo reformas laborales que tienen como consecuencia la reducción drástica de derechos socio-laborales, la bajada de salarios y retribuciones de los funcionarios, la congelación de pensiones, así como el aumento del paro.

Como muestra, un espléndido botón:
En la portada del mes de enero de 2015 de la revista Actualidad Económica se lee: «Contra la corrupción, más mercado. Reducir el Estado y despolitizar la vida económica y social frenaría los comportamientos deshonestos». La editorial dice:

«En contra del tan extendido dogma de que para acabar con la corrupción debemos otorgar al Estado mayores poderes que en la actualidad, el camino verdaderamente eficaz es el opuesto. La corrupción masiva solo puede darse allá donde el Estado detente un poder excesivo, que no le corresponde: si este requisito no se da, tampoco habrá espacio posible para la corrupción. Tan simple como eso».

Es decir, que la corrupción solo afecta a políticos y funcionarios depravados (cuando en los casos de corrupción resulta imprescindible la presencia de algún empresario que ofrezca dádivas, o que reciba beneficios en forma de adjudicaciones de obras o servicios públicos), pues aunque se reconoce que

«La corrupción es una lacra que puede darse tanto en el ámbito público como en el privado […] la corrupción que se circunscribe al ámbito privado es un problema que solo afecta a las partes implicadas y que debe ser resuelto por ellas«.

Con lo que estamos dando por supuesto que las prácticas empresariales gozan de la presunción de honestidad, lo que está bien lejos de la realidad, pues de todos son conocidos las ententes, acuerdos y demás actos de negocios que atentan contra los intereses de los sacrificados consumidores que (ahí, sí) no cuenta con el respaldo de los poderes públicos, sujetos a la lógica de la economía de mercado y capitalista.
Para romper estas cadenas que parecen atenazar tanto a los políticos como al pueblo que le da sustento, es necesario llevar a cabo una renovación de planteamientos ideológicos y de reforma de los postulados políticos, que sea capaz de lograr los objetivos siguientes:

a) La realización de un análisis sereno, en sus formas, y radical, en su contenido, al objeto de estudiar las causas profundas de la crisis y las posibles alternativas para, a partir de sus efectos nocivos, elaborar las alternativas socio-económicas y políticas que conlleven el bienestar social y la disminución de las desigualdes sociales.
b) El establecimiento de un pacto entre la sociedad civil y los representantes políticos, que permita devolver la confianza al sistema representativo (democrático).

Para ello, sería imprescindible modificar la legislación electoral, más que alrededor de las consabidas propuestas sobre listas abiertas (un auténtico lío) y el sistema de primarias para elegir a los líderes de los partidos (demasiado ruido para tan pocas nueces), en el sentido de fijar el número de elegidos en proporción al número de votantes. Es decir, establecer unos mínimos y unos máximos para cada institución representativa y, de conformidad con la participación de los electores en cada elección, marcar el número total de representantes.
De esta manera, se devolvería la palabra al pueblo y, lo que es más importante, el sentido de responsabilidad en la toma de decisiones políticas.
[Hay una propuesta para la sociedad valenciana en http://wp.me/p4n4JW-74, del blog lavalenciavirtual.wordpress.com]
Y los políticos, con sus hechos, deberán buscar la motivación del electorado, pues el número de cargos políticos (remunerados) estará determinado por la participación electoral.
Con esto, ¿será posible que un nuevo panorama se abra ante un ciudadano más consciente de la realidad y, por ello, más responsable de sus acciones, y que la clase política, junto con los medios de comunicación, sean capaces de introducir en su hoja de ruta político-mediática, temas de mayor calado social?
(Ilustración: Graffiti en Parque de Marxalenes, Valencia)