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El cuarto (poder) será el primero (I). Presencia

Cada vez más, la vida y las actuaciones de las personas giran alrededor de su presencia en los medios de comunicación. Los medios son testigo, observadores omnipresentes en las alegrías y las penas (fundamentalmente de estas) de las personas.

Este fenómeno mediático queda patente en todos los ámbitos de la vida social. En el campo de los deportes, por ejemplo, a menudo vemos cómo es celebrada la consecución de un título de algún importante campeonato deportivo, con gran estridencia por parte de las masas identificadas con los colores de un equipo. Y parece existir un medidor virtual del ímpetu colectivo, de manera que los seguidores de tal conjunto deben ser más efusivos y creativos —también más agresivos— que los fans del otro equipo que ganó tal o cual título.

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El Valencia CF campeón de la Liga 2003-2004. Fuente: http://www.ciberche.net

Eso mismo pasa cuando es afortunado por la rueda de la fortuna: las imágenes del descorche de las copas y botellas de cava, los saltos de alegría, las abrazos y los demás gestos que exteriorizan la felicidad, parecen calcados —y amplificados— año tras año, indistintamente del lugar geográfico y de la comunidad agraciada con el premio.

Aparte del efecto que los hechos sobresalientes producen en el interior de cada persona —y como una especie de secuela psicológica de aquel postulado de la mecánica cuántica, que dice que el acto de la observación crea la realidad física—, los protagonistas también preparan su exterior para que pueda representar su papel como imagen pública de sentimientos íntimos aparentes, los cuales son lanzados al espacio compartido que crean los medios de comunicación.

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Graffiti en el Centro Histórico de Valencia

Así mismo, se produce este efecto teatral ante determinados hechos trágicos, cuando hacen acto de presencia las cámaras de televisión y los micrófonos de las radios. Da la impresión que el hecho desdichado ya se ha vivido antes, porque lo hemos visto repetidamente retransmitido por la pantalla de la televisión y lanzado por las ondas radiofónicas. Es como si también hubiera una competición no declarada, jugada a través de los medios de comunicación, a modo de concurso virtual de exteriorización máxima del dolor (y de la alegría) de las colectividades humanas. Las personas ya no examinamos nuestro interior, sino que tenemos suficiente con mirar hacia la pantalla del televisor.

Ignacio Ramonet nos describió en su libro La tiranía de la comunicación un ejemplo de este fenómeno comunicativo, con motivo de la retransmisión televisiva del secuestro de unos rehenes norteamericanos por parte de estudiantes islámicos, en el edificio de la embajada de Estados Unidos en Teherán, de diciembre de 1979 a enero de 1980: Una multitud de curiosos adquirió la costumbre de congregarse delante de las rejas de la embajada. “Allí reinaba un clima de feria: tenderetes de comidas, quioscos de té, vendedores de refrescos y de cacahuetes, voceadores de periódicos, ristras de retratos de Jomeini, etc. El ambiente era relajado y pacífico. Pero bastaba la aproximación de una cámara de televisión para que la atmósfera cambiase completamente: los rostros se inmovilizaban y se alzaban los puños. Como habrían hecho los extras profesionales de una superproducción cinematográfica, después de una pausa para tomar café, la muchedumbre volvía a representar, mientras duraba el rodaje, el papel que el telediario deseaba: expresaba el odio y la cólera, la amenaza y la exaltación, en una palabra: el célebre ‘fanatismo musulmán’ […] La complicidad entre la multitud y los periodistas había alcanzado, al cabo de los días, tan alto grado de acuerdo, que la periodista Elaine Sciolino podía describirla así en Newsweek: ‘La multitud está actualmente tan sofisticada que agita sus puños en silencio mientras el operador regula sus objetivos. Sólo empieza a soltar alaridos cuando entra en escena, con su micrófono, el técnico de sonido…”

Tráiler de Argo, dirigida por Ben Affleck, sobre la crisis de los rehenes de Irán.

En otro orden de cosas, no podemos dejar de lado la estrecha simbiosis que el mundo de la política mantiene con los medios de comunicación y la servidumbre de los portavoces de los grupos políticos hacia aquellos. Ello conduce a la preeminencia de las cuestiones de imagen y de las técnicas de comunicación y persuasión sobre el contenido de los mensajes políticos, al tiempo que provoca una relación de esclavitud hacia las formas, con el consiguiente abandono de los aspectos programáticos en materia política, social y filosófica.

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El beso parlamentario entre Pablo Iglesias y Xavier Doménech. Fuente: http://www.elespanol.es

Está claro que los medios de comunicación, generalmente, no se hacen eco de los actos de heroicidad cotidiana y de buena fe, sino que suelen obedecer a las pompas del poder y, además, quedan deslumbrados por las acciones espectaculares, y especulares (en tanto promovidas por ellos), al tiempo que muestran una lógica infernal –caiga quien caiga- en su forma de actuar.

Por otra parte, es obvio que el objeto de la comunicación no escapa a las reglas del mercado, y como bien económico sujeto a la ley de la oferta y de la demanda mueve a los mass media a vender las imágenes trágicas, lacerantes, espectaculares; aquellas que tienen capacidad de conmover las emociones de los humanos en cuanto receptores de la información.

De una u otra manera, podemos constatar que la memoria colectiva se guarda en el plasma de la televisión. (Continuará)…

(Fuente de la imagen principal: Agencia EFE)