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#Democracia_Virtual_Ya (Acto III). Bipartidismo: «¡Hasta luego, Lucas!»

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(Los triunfadores de la Gala Electoral del 24-M. Fuente: http://www.formulatv.com)

Durante la larga noche de las urnas rotas en las elecciones del 24 de mayo, salía a la palestra catódica la crónica de los (malos) resultados obtenidos por el partido de Rita Barberá, en las municipales. Sin disimular el regocijo por la más que previsible pérdida del cargo de la eterna alcaldesa de Valencia, Antonio García Ferreras, conductor del programa Al Rojo Vivo de La Sexta, exclamó: «Rita, ¡hasta luego, Lucas!

Es de sobra conocido que en cualquier elección, todos los protagonistas encuetran un motivo que les permite manifestar su contento. Así, el Partido Popular —pese a la fuerte bajada en el número de votantes y a la previsible pérdida de sus más importantes bastiones autonómicos y municipales— pregonaba que había ganado a su contrincante principal —el PSOE— en el total de votos obtenidos en las elecciones municipales. El PSOE, a su vez, se consideraba más satisfecho todavía, en boca de su Secretario General, Pedro Sánchez, ya que, aunque había perdido votos, se le habría el camino para la plasmación de pactos postelectorales que le permitirían «alcanzar al PP», es decir, arrebatarle buena cosa de alcaldías y presidencias de Comunidades Autónomas.

Pero ese positivismo, un tanto postizo, no era nada comparado con la inmensa felicidad mostrada ante las cámaras de televisión por Pablo Iglesias y Albert Rivera, líderes de las dos nuevas formaciones que anuncian la buena nueva de traer el cambio a la anquilosada y renqueante política española —hegemonizada por la casta de políticos corruptos—, a fin de abrir una nueva era en el sistema político-constitucional español.

Sin embargo, ¿alguien duda de que los auténticos vencedores en estas elecciones se esconden detrás de los apellidos Ferreras, Pastor & Cia.? ¿Es cuestionable que las cabezas visibles de las potentes plataformas mediáticas han logrado su Objetivo?

Cuatro, Telecinco y La Sexta, fundamentalmente —antes, Intereconomía—, han catapultado al universo catódico a las figuras emergentes de los nuevos partidos que se proponen acabar con el bipartidismo: Podemos, en un principio, para debilitar al PSOE, Ciudadanos, recientemente, para comerle terreno al PP; de paso, los primeros han engullido a IU, y los otros a UPyD. Los mass media les han dado el protagonismo que para sí hubiesen querido partidos con mayor representación parlamentaria y municipal; les han aplicado masajes en forma de entrevistas amables, e invitado a tertulias en las que el debate giraba en torno a sus personas y formaciones políticas…

Esos medios han ido construyendo una especie de democracia virtual, hegemonizada por las tertulias y sustentada en encuestas demoscópicas que anuncian el cambio, en paralelo —y en detrimento— de la democracia real, aquella triste y aburrida pléyade de parlamentarios, concejales y alcaldes, elegidos en elecciones democráticas, de los que algunos renegaban bajo la consigna del «no nos representan» (Ahora, ¿»sí/no nos representan?).

En la sociedad de la (des)información y del espectáculo. En la sociedad de la transparencia y de la vida líquida. En la sociedad basada en la desconfianza de los ciudadanos hacia sus representantes políticos, los nuevos líderes han encontrado en los clásicos a los chivos expiatorios de todos sus males, los cuales, por otra parte, asisten impotentes a la fragmentación y debilitamiento de su poder, mientras se globalizan la información y la economía. En esta sociedad, son los medios de comunicación —en cuanto voceros de las fuerzas económicas hegemónicas — quienes controlan la hoja de ruta política, e iluminan o dan sombra a los líderes políticos.

Mientras, en España (¿solo en España?), la política se traslada de las instituciones y los parlamentos a los platós de televisión. Una España que vive una segunda Transición: aquélla que va desde la Democracia Real, hacia la Democracia Virtual. Sobre la base real de la precariedad socioeconómica extendida por la crisis económica y de la corrupción —que regresa desde el pasado, como los tuits indignos de Zapata & Cia.—, se inaugura un nuevo sistema que desea partidos débiles y cautivos de los medios de comunicación, en cuanto poderosos emporios empresariales que buscan el beneficio económico y, por lo tanto, la consolidación y crecimiento del sistema capitalista. Una nueva democracia protagonizada por líderes jóvenes, carismáticos, mediáticos, encumbrados a partir de su presencia en la brega de las tertulias televisivas.

Dado que, a corto plazo, es improbable que éstos logren asaltar la Moncloa (el cielo deseado), su misión utópica conecta con los intereses de los holdings de la comunicación. De esta manera, se moldean partidos dirigidos por líderes telegénicos  elegidos en primarias (fiestas de la democracia con auténtico sabor americano), y que prometen un sistema electoral de listas abiertas (demandado, dada su mayor complejidad, por los ciudadanos mejor informados). Además, esos sistemas electivos son los deseados por los medios de comunicación porque priman el personalismo y, en la sociedad de la información, se imponen.

En este entorno no hay mejor práctica política que aquella consistente en sustituir los aburridos discursos parlamentarios y las votaciones ya conocidas de antemano (no digamos de las comprometidas asistencias a reuniones y manifestaciones reivindicativas), por las tertulias televisivas que uno puede seguir cómodamente sentado en el sofá.

Productos políticos elaborados a la sombra de una crisis, provocada por el pinchazo de dos burbujas: la financiera y la inmobiliaria —con su correlato de corrupción—, Podemos y Ciudadanos, presentan las características de todo fenómeno inflacionario. Pues, así como los mercados inmobiliario y financiero se desarrollan paralelamente a la evolución de la economía real, para llegar a separarse drásticamente de la realidad socioeconómica —por movimientos especulativos—, hasta que se produce el pinchazo de la burbuja creada, los nuevos partidos —que han crecido al amparo de esa democracia virtual patrocinada por las grandes cadenas privadas de televisión—, pueden ver cortado su desarrollo cuando esos medios atiendan a otras necesidades políticas.

«¡Hasta luego, Lucas!», exclamó Ferreras en la noche electoral. Tal vez, no era consciente de emitir un mensaje polisémico: «¡Adiós, líderes de una época superada por la corriente de la Historia!». Pero también, «¡hasta pronto!», tal vez, «hasta las próximas elecciones», una vez sea pinchada convenientemente la presente burbuja político-mediática.

Crisis, transparencia y vara contra la corrupción

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«El imperativo de la transparencia hace sospechoso todo lo que no se somete a la visibilidad. En eso consiste su violencia» BYUNG-CHUL HAN, La sociedad de la transparencia.

Ante la falta de alternativas al actual sistema, las propuestas de los denominados partidos emergentes se sitúan en el ámbito de la lucha contra la corrupción, y la necesidad de mayores niveles de transparencia para lucha contra aquélla. Son partidos nacidos de un sustrato de despolitización, de odio a la clase política, que ahora es identificada como casta.

En el camino hacia la transparencia, se apuesta por el perfeccionamiento de los aspectos formales, procedimentales, sin entrar en el fondo del asunto. Como dice Han en La sociedad de la información, esto equivale a una despolitización, ya que «la política cede el paso a la administración de necesidades sociales, que deja intacto el marco de relaciones socioeconómicas ya existentes y se afinca allí».

Por otra parte, la exigencia de transparencia para luchar contra la corrupción, no deja de representar una proposición para que el sistema dado (el capitalismo) funcione mejor desde el punto de vista económico, para lo cual es necesario dejar hacer a los mercados sin las molestas interferencias de unos políticos que, al estar expuestos constantemente a la luz y taquígrafos de los medios de comunicación, se encuentran controlados y maniatados por éstos, además de mostrarse sumisos a los poderes fácticos del sistema. Todo ello, también comporta una tendencia hacia la jibarización del sector público a favor del sector privado, al tiempo que -contrariamente- la vida privada de las personas se transforma en pública.

En la sociedad de la información la corriente en pos de mayor transparencia se convierte en impetuosa, dado que los principales agentes de la misma son los poderosos medios de comunicación que, a través de ella, consiguen facilidades en la realización de su tarea investigadora y controladora de la actuación de la clase política, además de ofrecer al público los terribles casos de corrupción. Ante una sociedad que en su mayoría está sufriendo los efectos de la crisis, la publicación de conductas abyectas de los políticos contribuye a señalar a estos como chivos expiatorios de todos los males sociales.

Por ello, los partidos de gobierno también se suman a la onda transparente. Así, vemos que el gobierno del PP ha aprobado una Ley de Transparencia y asistimos en su día a la idea ocurrente del candidato socialista a presidir la Junta de Extremadura, consistente en la grabación de las reuniones con los líderes de Podemos , para tratar de los pactos de gobernabilidad en dicha región. Esta actividad teatral desnaturaliza la acción política, pues como indica Han «la política es una acción estratégica. Y, por esta razón, es propia de ella una esfera secreta. Una transparencia total la paraliza». De hecho, nadie se puede creer que fuera del envaramiento propio de unas reuniones grabadas, sus protagonistas no se soltarán la melena para hablar claro y raso.

No deja de ser sorprendente cómo la ciudadanía, que muestra su temor a que su vida sea controlada por el entramado empresarial cibernético y los servidores sirena (el Gran Hermano), se decante por saber todo, no solo sobre la actuación pública de los políticos, sino también sobre aspectos privados de los mismos. Es como mirar los toros desde la barrera y coincidir en ella con unos medios de comunicación ávidos de este tipo de información.

De esta manera, es posible entender el lamentable espectáculo al que estamos asistiendo, con las exigencias de cambios radicales y mayores cotas de transparencia que los partidos emergentes están imponiendo a los clásicos. Para evitar el abrazo del oso y al objeto de disfrutar de unos momentos de gloria, clavan la anilla en el hocico de la bestia, con una mano en la cadena y con la otra la vara, la hacen bailar al son que desean y efectuar giros de 180º (antes ensayados por ellos, con sus promesas de jubilaciones a los 60, renta básica, impago de la deuda…) con las poses más grotescas. Hasta son capaces de mirar con lupa la cantidad de corrupción excretada por el organismo salvaje.

Y es tan estruendosa la charanga, que hasta alguno/s miembro/s secreto/s del clan del oso se ofrece/n a grabar -y difundir en los medios de comunicación- antiespectáculos celebrados en despachos oficiales, aunque sea con dos años de retrasos y mediante la comisión del correspondiente delito.

Ahora, cuando acabamos de elegir a nuestros representantes políticos, confiemos en que la labor parlamentaria de estos no se limite a señalar casos de corrupción (en definitiva, a apuntar hacia el pasado), sino en que sus propuestas apunten hacia el futuro, allí donde habrá que buscar nuevas fórmulas para hacer posible una mejora de la calidad de vida de nuestros ciudadanos.