Además de por la jerga pseudorrevolucionaria y sus soflamas demagógicas, las nuevas formaciones que provienen del movimiento de los indignados son conocidas por la exhibición pública de atuendos informales, peinados estrambóticos y, si corresponde, la utilización de la más burda tecnología digital (vía axila sospechosa) al objeto de comprobar los niveles de resistencia odorífera de determinado cuerpo sumergido en un Parlamento, en este caso, el catalán.
No podemos olvidar que ese movimiento (anti)político tenía como eslogan principal el «no nos representan», por lo que resulta coherente su reiterada demostración de falta de respeto hacia las instituciones a las que acaban de acceder y donde reside la soberanía del pueblo, al parecer, ente diferente en su argumentario político al de la gente, en cuanto sujeto colectivo ideal al cual dicen representar.
Precisamente, ahora que están dentro de los Parlamentos necesitan emitir signos sobre la continuidad con el movimiento indignado, al objeto de marcar diferencias con la denostada «casta» política. De ahí la sentada de Pablo Iglesias con los jóvenes -y no tan jórvenes- periodistas sobre una lujosa moqueta en el incomparable marco del Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de los Diputados, la cual ofrecía una imagen que bien podría ser entresacada del Sermón de la Montaña o de un corro de boys scouts alrededor de la hoguera. Para rematar la faena solo faltó que el superstar arrancara a su guitarra los acordes del Kumbayá, a los que respondería el canto espiritual de la prensa, rendida a sus encantos…
No obstante, estas actuaciones de los herederos de la indignación solo son perpetradas en las sedes de las instituciones y ante la presencia del Rey como Jefe del Estado, por ejemplo. En otros lugares y circunstancias, como en la gala de entrega de los Premios Goya del cine español, se impone el esmoquin ante los colegas del mundo de la farándula. De esta forma, se establece un claro indicador del respeto que se profesa (o no) hacia instituciones, personajes y personas.
Ante la falta de alternativas políticas rigurosas al sistema vigente, y para superar la disyuntiva entre democracia formal y democracia real, los líderes de Podemos han optado por potenciar la democracia informal. Por ello, necesitan dar la nota -día sí, día también- al objeto de ser objetivo preferente de otras cámaras, ya sean fotográficas o de televisión. Ora se presentan con un bebé a una sesión parlamentaria; ora acuden montados en sus bicicletas al Congreso; ora se besan -reiteradamente- en los labios por el hemiciclo o los pasillos del Parlamento. En definitiva, todo pura pose; lo suyo es puro teatro. Nada de «ora», poco de «labora». Pero para la prensa son sus personajes favoritos, pues son suministradores generosos de imágenes chocantes y frases ingeniosas, en definitiva de todo aquello que es noticiable dada su originalidad.
Constatado su más rotundo éxito mediático, en cuanto Flautista de Hamelín reconvertido en perroflauta ocasional de esmoquin y moqueta, Pablemos superstar se siente capaz de llevar a todo aquel que siga sus pasos hacia el abismo, hacia la nada…