El éxito del capitalismo y la sumisión de los sindicatos

«Sin duda, el sistema capitalista ha triunfado. A pesar de las crisis cíclicas y sistémicas que ha sufrido, se ha instalado en las redes neuronales del cerebro humano y, por ello, ha sido capaz de implantar su lógica como la realidad inmutable con la que hay que contar y a la que hay que adaptarse si se quiere conseguir algo positivo en la vida.

Como animales racionales que decimos ser los humanos, nos planteamos el porqué del éxito del capitalismo y muchas han sido las teorías que se han desarrollado al respecto. Una de tantas de las razones triunfadoras podría residir en que el fundamento lógico del sistema se asienta firmemente sobre el instinto básico de depredación de la especie humana (ley de supervivencia de los mejor adaptados a la evolución), el cual llega a inscribirse con letras de oro en las sagradas escrituras («… y manden en los peces del mar y en las aves del cielo…») y termina por instalarse cómodamente en las leyes (escritas y no escritas) del funcionamiento del mercado, del que se predica su libertad inherente.

Y esta hegemonía es tan aplastante que ya se ha producido la erradicación del sistema comunista sobre el mapa planetario, en tanto que antagónico del capitalista, incluso con la desintegración del Estado más grande de la Tierra (la URSS) que daba sustento a aquel. También es rotunda la victoria del capitalismo porque ha domeñado sibilinamente a los agentes que en teoría deberían actuar desde el interior, como contrarios al mantenimiento del sistema.
Dicho de otra manera, partidos socialistas, sindicatos… se han limitado a reconocer el cuadro de valores inmutables del régimen y el juego que dicta la lógica del moderno GRAN LEVIATÁN.

Así, ante la falta de visiones ideológicas realmente contrapuestas, la lucha de los partidos por el poder se ciñe a resaltar las diferencias con el contrario a través de políticas de imagen y a vender en el mercado electoral supuestas alternativas programáticas, que tan solo suponen una discrepancia en pequeños porcentajes de inversión en partidas presupuestarias socialmente ‘sensibles’, como es el caso de las áreas de bienestar social o empleo (mejor: subsidios al desempleo). Con ello intentan aquietar las conciencias pseudo-revolucionarias que hace tiempo han borrado de sus mentes cualquier atisbo de verdadera revolución social. Mientras, la falta de un proyecto alternativo serio se salda con unas políticas parciales y erráticas.

Los sindicatos, por su parte, han dejado de plantearse la necesidad de realizar un cambio de manos en la propiedad de los medios de producción e intercambio y han asumido íntimamente la lógica predadora del sistema, la cual conduce a conseguir el máximo provecho inmediato (dígase aumento salarial) sin mirar o calcular las consecuencias que esa postura egoísta (de defensa del yo de cada uno de los trabajadores o de los colectivos de empleados) tiene hacia el exterior de los impermeables muros de los hogares y de las empresas, así como fuera de las rígidas fronteras nacionales de los denominados países desarrollados.

El fantasma del hambre y de la miseria recorre el mundo impulsado por la depredación descontrolada de la lógica del sistema capitalista, con el cual acabamos por colaborar todos: unos (los capitalistas) persiguiendo más beneficios; otros (los asalariados) reivindicando mayores retribuciones; unos y otros, consumiendo los bienes y servicios que ofrece el sistema.

Si a los sindicatos aún les quedara una brizna de su espíritu revolucionario original, si aún pudieran situarse al margen de la comodidad que les presta la política subvencionadora de los gobiernos, deberían apostar por romper los esquemas políticos, económicos y organizativos que les propone el sistema capitalista y plantearse seriamente rebajar el peso de los comités de empresa como órganos destinados, fundamentalmente, al logro de mejoras salariales de los trabajadores, para patrocinar la participación de representantes sindicales de las ennpresas en organismos de ámbito territorial (de barrio, municipal, nacional, estatal, continental, mundial), a fin de poner su esfuerzo en beneficio de los verdaderos «parias de la Tierra»: las personas que desean trabajar y no encuentran un empleo; los humanos que padecen situaciones personales o sociales difíciles; la gente, en definitiva, que reclama la atención de quien está en disposición de ayudarle.

También es notorio que la gran mayoría de la población contribuye a mantener el estado de cosas actual, deseando más y más productos de consumo —aunque sea a fuerza de endeudarse hasta las cejas—, así como el GRAN LEVIATÁN desea el crecimiento de la demanda de bienes de consumo para poder tirar con fuerza del carro de toda la economía. (Ay, y cuando la demanda se retrae, iCómo se estanca el carro en el fango!).

Todos, en definitiva, creemos asistir como meros espectadores a esa guerra silenciosa, casi anónima, pero realmente cruenta, que se desarrolla a lo largo y ancho de los confines de la Tierra, aunque nuestros gestos cotidianos nutren la lógica del sistema.

El tiempo dirá si dentro de los parámetros del sistema actual cabe un cambio hacia un capitalismo «de rostro humano», en el que la voracidad consustancial al yo individual y colectivo, pueda ser temperada por el sentimiento de compasión hacia el prójimo y de respeto hacia la Naturaleza, o si, por el contrario, el instinto predador de cada sujeto solo puede conducirnos hacia el capitalismo más y más «salvaje», al cual algunas mentes justicieras pretendan oponer un orden económico y social diferente,

Mas, para poder dilucidar los caminos futuros de nuestra sociedad, es necesario que cesen de una vez por todas las funciones del circo ideológico y del teatro de las variedades políticas, donde día tras día los actores profesionales del cuadro de políticos, asesores de imagen e ideólogos representan su papel (en el fondo el mismo aunque disfrazado de máscaras diferentes) y tratan de confundir nuestras mentes con juegos de malabarismo dialéctico, siguiendo los dictados de un sencillo guion escrito por los agentes económicos financieros que rigen los destinos de los capitales y de las personas.

A la hora de la verdad, habrá que bajar la política a la arena de la ‘seriedad’, allá donde se plante batalla a pecho descubierto a la bestia negra del yo desatado. Y habrá que decir las cosas por su nombre. Y se tendrá que discrepar en aquello en lo que ‘realmente’ no se esté de acuerdo.

Pero, fundamentalmente, deberemos intentar el logro de consensos en las materias que sean más significativas para el buen desarrollo de toda la Humanidad, porque, ciertamente, sin consenso es difícil pensar en un cambio social radical y al tiempo no violento.»

De mi ensayo ‘Son de voces, eco de la entropía’, Letrame Editorial, 2020.

Imagen: Obra de Antonio de Felipe

Predación-compasión

Es evidente que el instinto predador está inscrito en los genes de los seres humanos, como animales que somos. La compasión, en cambio, es una actitud ancestral adquirida y que algunos paleontólogos han querido ver como signo distintivo de nuestra especie, respecto de las especies animales que le han precedido en la senda de la evolución, junto con la realización de ritos de reverencia hacia la muerte, tal vez origen o correlato del sentimiento religioso.

Sabemos que el sentimiento de compasión raramente existe fuera de la psicología del ser humano: el animal salvaje que puede matar a un retoño indefenso de otra especie (para alimentarse) o de la misma especie (para imponer sus genes en la manada), lo hace sin piedad y sin ningún tipo de remordimiento por esa acción que los humanos categorizamos como ‘cruel’, ya que el animal no hace más que seguir los dictados de sus instintos naturales, los cuales delimitan su horizonte psíquico y vital.

Al parecer, la compasión se genera en la psiquis de la especie humana como un factor inhibidor de ciertos instintos, a partir del cual se fundan los sentimientos y los principios ideológicos de la religión y de su ética conexa, «Amarás al prójimo como a ti mismo», «no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti», son lemas que, con distintas variantes lingüísticas, impregnan el ‘corpus’ de la mayoría de las religiones.

Por ello, depredación y compasión son las dos caras de la misma moneda en la naturaleza de la especie humana y suponen impulsos contrapuestos que dirigen el devenir de nuestra especie. No sería correcto, por seguir dictados racionales o irracionales, decantarse por la importancia de uno de los dos factores al objeto de minusvalorar o intentar hacer desaparecer al otro de la vida de los humanos. Sucede que cada una de las actitudes (predadora o compasiva) se manifiesta en ámbitos sociales diferentes: la compasión suele encontrarse circunscrita en los espacios más íntimos, familiares y cercanos; la depredación es más fácil que se manifieste dentro de los ámbitos sociales más alejados del círculo íntimo del individuo concreto, distancia vital que ha sido drásticamente reducida por la presencia y la actividad de los medios de comunicación y de las redes sociales.

A ojos del ciudadano contemporáneo, puede parecer que la moral y la religión apuestan por una compasión de amplio espectro que abrace en su bondad a toda la especie humana. Y así sucede, sin duda, en momentos puntuales en los que se difunde por doquier (ahora, a través de los Rayos Catódicos y del Imperio Internet) la existencia de cualquier catástrofe que afecte a naciones o regiones enteras: en esos momentos se movilizan las energías de millones de seres humanos para intentar paliar los daños producidos a miembros de nuestra especie, aunque se encuentren en el otro extremo del planeta (la distancia espacial sensible a la reacción depende de la distancia y el tiempo en los que pueden accionar o reaccionar los medios de comunicación disponibles en el momento histórico concreto. Hoy en día el espacio sensible es todo el planeta y el tiempo de reacción es el mismo instante, ‘en tiempo real’ que diría un informático.

Sin embargo, observamos cómo en la sociedad humana proliferan los conflictos inter-personales, inter-étnicos, e incluso las guerras inter-nacionales, ¿Dónde se esconde la compasión en estos casos? En estos supuestos conflictivos la energía que irradia el yo amenaza con superar cualquier contrapeso anti-instintivo y romper el equilibrio entre las fuerzas racionales e instintivas, a favor de estas.

El hombre (enajenado de la Naturaleza) segmenta su psique a la hora de afrontar su relación con el mundo exterior. La persona es el núcleo principal alrededor del cual se construyen los ámbitos instintivos y familiares; los sentimientos positivos de pertenencia a su grupo generan la idea de patria que puede cristalizar, a su vez, en un sentimiento profundo de identidad nacional, A partir de este personal y comunitario, donde PARSONS hace reinar los sentimientos de afectividad y adscripción, se levanta la impersonal frontera donde comienza el territorio en el que se juega, en sociedad, con la neutralidad afectiva y los valores adquisitivos en lugar de los identitarios.

De nuestras experiencias vitales podemos deducir que la compasión configura al «prójimo» en tanto que «próximo» (sentido de comunidad) y deja al resto de congéneres en manos (y dientes) del instinto predador. Así ha sucedido incluso en la mayoría de (por no decir todas) las religiones donde rara ha sido la existencia de un sentido de compasión ecuménica y, en cambio, ha predominado a través de los tiempos la separación radical entre creyentes (los nuestros, los buenos), herejes e infieles (los otros, los malos… los enemigos), dentro de una dialéctica histórica entre acción evangelizadora y guerra santa contra los no conversos.

[…]

Al fin, comprobamos que la compasión queda relegada a la ‘responsabilidad’ de determinadas personas ‘especializadas’ en dicho menester (religiosos, misioneros, voluntarios…) y en actos aislados de caridad, limitados a la atención sobre gente desafortunada que merodea por nuestra comunidad y perturba la feliz y armónica dicha de nuestros apacibles y bien surtidos hogares. Con ello, el ser humano se declara ‘inocente’ de esa especie de omisión homicida y se limita a asistir impertérrito al espectáculo virtual de la miseria de sus congéneres, desde el aislamiento de su celda hogareña.

[…]

No obstante, en el supuesto de desear persistir en efectuar un hipotético reparto de responsabilidades sociales, habría que configurar una pirámide en cuya cúspide se instalarían los sujetos que dirigen los gobiernos de los países hegemónicos, los dirigentes de la religiones mayoritarias, los ejecutivos de las empresas transnacionales y los gestores y ejecutores de la política de los medios de comunicación: unos son los responsables de las decisiones que ‘enriquecen’ el acervo ideológico, político y económico del sistema, mientras los periodistas y publicistas se encargan, por un lado, de facilitar los canales de comunicación adecuados para la propagación del mensaje social favorable a los intereses del capital, y por otra parte, conducen la mente de los humanos hacia entretenimientos que distraen a los miembros de nuestra especie de los problemas del conjunto de la misma.

Aunque nos declaremos incompetentes para emitir un veredicto sobre si las acciones de los humanos se realizan mediante ‘omisión’, ‘dolo’, ‘culpa, o ‘simple imprudencia’, deberíamos dejar constancia de cómo unas personas prestan su mano para la perpetración del ‘crimen’, otros actúan como cómplices o encubridores del mismo, a la vez que la inmensa mayoría permanecemos como testigos, más o menos pasivos, de las tropelías cometidas contra la Humanidad y la vida en el planeta Tierra.

(De mi libro ‘Son de voces, eco de la entropía’, Letrame Editorial, 2020)

Ilustración: ‘Annuntation’, Sonia Carballo, 2019

Lenguaje apocalíptico: el poder de la entropía

APOCALÍPTICOS Y ENTRÓPICOS (Cap. 71)

«Si nos fijamos bien, la mente humana (producto de la evolución hacia la complejidad del cosmos) actúa como un espejo en el que se reflejan los efectos de la entropía en el mundo que la envuelve. Con el transcurso del tiempo y el efecto acumulador correspondiente, los fenómenos caóticos y disipadores de los valores morales que mantienen cohesionadas a las sociedades humanas, son percibidos como una amenaza hacia la supervivencia de la especie, y la misma mente activa los mecanismos que tratan de paliar esos efectos nocivos sobre los individuos y la especie.

El primer paso consiste en identificar el problema. Después vendrá la oportuna conceptualización o etiquetado lingüístico del fenómeno. Por último, nombrado, definido y acotado el problema, habrá llegado la hora de las oportunas soluciones. Así, puede comprenderse cómo el fenómeno de la proliferación de los accidentes de tráfico impulse la realización de campañas publicitarias de sensibilización ciudadana, además de normas jurídicas que impongan sanciones más drásticas a los cada vez más numerosos infractores (como, por ejemplo, la creación del «carnet por puntos»). También en el mismo sentido de socialización se nos presentan los casos de «violencia de género», «accidentabilidad laboral», «acoso laboral (mobbing)», «acoso escolar (buylling)», «violencia en el deporte»… Todos ellos, debidamente definidos por los científicos y legisladores y con sus correspondientes prohibiciones y sanciones, impuestas por el poder político.

Eso mismo se refleja en otros campos sociales, como en el de la salud, con la emergencia de nuevas enfermedades acotadas por los científicos y que —como efecto o causa— generan un relanzamiento de la industria farmacéutica, a través de la etiquetación de productos cuasi-milagrosos que, eso sí, pueden producir efectos secundarios más nocivos que la misma enfermedad, entre otros, alteraciones manifiestas en la personalidad del enfermo, más o menos imaginario. «Estrés», «depresión», «TDAH» (o «trastorno de déficit de atención, con o sin hiperactividad», es decir, el comportamiento de los niños difíciles, inquietos y revoltosos de toda la vida), son algunas de estas modernas enfermedades.

También hemos sido espectadores, involuntarios, de las alarmas mediáticas (¿mediatizadas por el poder de la industria farmacéutica?), apocalípticas, protagonizadas por organismos considerados tan serios y responsables como la Organización Mundial de la Salud (OMS). La epidemia de gripe A no fue tan grave como se anunció, pero aportó grandes beneficios a las farmacéuticas con la fabricación de tantísimas vacunas, sobrantes, y esas mascarillas que tan bien daban en los medios de comunicación a la hora de ofrecer ruedas de prensa de expertos médicos, entrenadores de fútbol y cualquier personaje mediático que quisiera dar la nota.

Y a la fiesta mediática no pueden faltar los políticos con un desmedido afán de protagonismo. Así, saltó la alarma sanitaria por el contagio con la bacteria E. coli de un buen número de personas en Alemania —con varias muertes incluidas— que, en un primer momento, se imputó al pepino español, después a la soja alemana, para, finalmente, detectar el agente causante en una granja ecológica sita en Alemania, no sin antes haber causado grandes pérdidas a los agricultores españoles (sin comerlo ni beberlo, y sin ver cómo asumía su responsabilidad La Autoridad Alemana que, tan alegremente, ofreció en bandeja de plata la mórbida noticia a los medios de comunicación, sin tener pruebas que la justificaran). Asimismo, El Comisario Europeo de Energía —así mismo, alemán— logró alzar un titular a varias columnas anunciando «El Apocalipsis», al tiempo que aseguraba que «esta palabra está bien elegida» (significa «fin del mundo») para explicar los posibles efectos catastróficos que pudiera causar el grave accidente ocurrido en la central nuclear de Fukushima.

 Vistas las reacciones que los seres humanos adoptamos ante los posibles efectos de procesos caóticos en la sociedad, el dilema reside en la duda sobre la capacidad de la mente para vencer a la entropía (aunque únicamente se trate de la generada por la mente humana), o si podrá frenar la aceleración progresiva de la misma. Pero, si la entropía logra ser domeñada en ámbitos concretos ¿conseguirá incardinarse en nuevos fenómenos sociales, de forma que continuará creciendo la entropía total del sistema social, tal como se predica del crecimiento imparable de la entropía en el Universo?»

(‘Son de voces, eco de la entropía’, Francesc Ferrandis Ibáñez, Letrame Editorial, 2020, págs. 218-220).

Sinopsi del meu llibre ‘Memòria del Big Bang’

En este assaig trobaràs retalls d’una vida recordada, reflexions sobre psicologia, sociologia i ciència, i un elemental full de ruta a la fi de la qual es troba una fe palpitant en la improbable supervivència del gènere humà, única fita capaç de conservar ardent l’apagada memòria d’allò que vàrem ser.

L’obra és fruit d’una autoanàlisi personal, al temps que una reflexió sobre la naturalesa de la societat humana i de l’evolució de l’Univers. Tot això filtrat a través dels coneixements científics al meu abast i de la consciència del MEU JO.

S’hi parla de la formació de la consciència humana com a resultat de la memòria i de les empremtes que han deixat en la nostra ment les VEUS dels nostres ancestres. També tracta sobre la percepció de la vida com a producte dels processos energètics, i el paper fonamental que l’ENTROPIA juga en la dissipació de l’energia, així com en la creació de la vida, del caos i de la mort.

Els meus pensaments, encapsulats en estes pàgines, giren al voltant de la certesa en una vida individual finita, però també en la resistència del nostre JO a desaparèixer per sempre, així com en la lluita de l’espècie humana per preservar la memòria col·lectiva en la qual tots els éssers humans (del passat, del present i del futur) varen participar en la seva creació i desplegament.

Pots trobar el llibre a estes llibreries de València:

-Paris-Valencia.

-Primado.

-Railowsky.

-Viridiana…

També a:

-Agapea.

-Amazon.

-Casa del Libro.

-El Corte Inglés.

(En format paper i llibre electrònic)

¿De qué va mi libro ‘Son de voces, eco de la entropía’?

En Son de voces, eco de la entropía encontrarás retazos de una vida recordada, reflexiones sobre psicología, sociología y ciencia, y una elemental hoja de ruta al final de la cual se halla una fe palpitante en la improbable supervivencia del género humano, único hito capaz de conservar ardiente la apagada memoria de lo que fuimos.

La obra es fruto de un autoanálisis personal, al tiempo que una reflexión sobre la naturaleza de la sociedad humana y la evolución del Universo. Todo ello filtrado a través de los conocimientos científicos a mi alcance y de la conciencia de mi yo.

En ella se habla de la formación de la conciencia humana como resultado de la memoria y de las huellas que han dejado en nuestra mente las voces de nuestros ancestros. También trata sobre la percepción de la vida como producto de los procesos energéticos, y el papel fundamental que la entropía juega en la disipación de la energía, así como en la creación de la vida, del caos y de la muerte.

Mis pensamientos, encapsulados en estas páginas, giran alrededor de la certeza en una vida individual finita, pero también en la resistencia de nuestro yo a desaparecer para siempre, y en la lucha de la especie humana por preservar la memoria colectiva en la que todos los seres humanos (del pasado, del presente y del futuro) participamos en su creación y desarrollo.

(De la contraportada)

Autor: Francesc Ferrandis Ibáñez

En lucha contra el pasado

El proceso contradictorio emprendido por la fuerza disipativa de la entropía y su contraria, la neguentropía, ha biselado un modelo evolutivo de la mente humana donde cualquiera puede divisar un estadio de preocupante inestabilidad psíquica.
Fundamentalmente, la clase política que se reclama progresista —dada la impotencia que manifiesta para cambiar la sociedad presente, y de ofrecer alternativas razonadas de futuro—, se decanta, cada vez con mayor fruición, hacia la incoación de procesos de revisión histórica. Por eso, asistimos, más o menos incrédulos, a los actos de condena de instituciones autoritarias y de dictadores resucitados de pasados remotos, así como al desagravio hacia sus víctimas.
Tan fuerte es el alud de esta energía involucionista, que la Iglesia Católica se ha contagiado de esta moda impugnadora del pasado, de forma que ha llegado a pedir perdón públicamente por la condena recaída —¡en el siglo XVII!— contra GALILEO GALILEI, así como por otros agravios históricos que han sido re-pasados.
Desde entonces hacia el hito (revisionista) histórica más próxima: el magnificente espectáculo audiovisual del traslado en helicóptero de las Fuerzas Armadas Españolas del cadáver de FRANCISCO FRANCO, desde el Valle de Los Caídos hasta el cementerio de Mingorrubio, en vivo y en directo. Lo cual demuestra que resulta mucho más cómodo y sencillo exhumar la momia de un dictador, que luchar —con el peligro de perder la libertad o la vida— contra su régimen opresor durante su dura vigencia. Al fin y al cabo, un acto de mera catarsis político-social para paliar la vergüenza colectiva de que El Generalísimo murió en la cama, de muerte natural, a resultas de que la fuerza de la represión fue más fuerte que la fuerza de la resistencia a ella.
[…]
Es decir, se está imponiendo la moda política de re-visitar los hechos y actuaciones humanas del pasado con ojos contemporáneos (hasta se han llegado a editar nuevas versiones de cuentos infantiles cuyo contenido no se considera apto para los nuevos cánones ideológicos), sin tener en cuenta los condicionantes históricos que modelaron la mente de nuestros antepasados, tal como nuestra época nos impele a ser como somos y a actuar de la manera en que lo hacemos: de una forma que las futuras generaciones no acabarán de entender (del todo).
Constituidos los humanos como objetos neguentrópicos, nuestra conciencia, a la vez que permite reconocernos como sujetos, está poco capacitada para apreciar el inexorable paso de la flecha del tiempo unidireccional. Porque, la flecha del tiempo nos señala que la vuelta a su punto de origen ya no es posible: la jarra que se rompe ya no puede volver a su estado original. No sirve de nada sublevarse por la decantación en el presente de todos los des-perfectos sociales del pasado. El pasado nos ha construido como personas y, a la vez, tan solo es un dato que nos tiene que servir para realizar las mejores prospecciones, a fin de encarar el siempre incierto futuro. El pasado, pasado está.
En sentido contrario, el ser humano eleva algunos hechos históricos a la categoría de hitos sentimentales colectivos, lo que genera una resistencia ideológica a interiorizarlos como meras improntas puntuales de la larga y compleja trayectoria de nuestra especie, a través de las eras-mundo que colonizaron los diferentes presentes —ya preteridos— de nuestra evolución.
Porque, con el anhelo humano de actualizar pasados —o preterir presentes— han ido configurándose las características propias de nuestros avances sociedades. No obstante, en vez de asumir como un todo indivisible los distintos estadios de la Historia, erigimos monumentos, rendimos homenajes a figuras representativas de un pasado reivindicado que, a la vez, pueden ser negación de otro pasado, no tan reivindicado: conquistadores militares que instauraron nuevos reinos y civilizaciones contra fuerzas hegemónicas antecedentes; artistas e intelectuales que sobresalieron para superar los paradigmas mentales dominantes en el pasado, tal vez todavía presente en sus vidas.
No obstante, como sucede en todos los ámbitos de la sociedad contemporánea que nos ha tocado vivir, en la mente del humano moderno se ha disparado la velocidad y, por eso, se ha multiplicado también la energía (e = m.c2, según EINSTEIN), del trabajo de revisión de los hitos y de las figuras históricas, a la luz de los valores de la sociedad actual. Y así es como la lucha de clases ha devenido lucha de frases, en busca del Paraíso… ¡ya perdido!
Entre los movimientos populistas, progresistas y de izquierdas de Cataluña, Valencia y Las Islas Baleares, ha arraigado el eslogan «Res a celebrar» (Nada que celebrar), referido a efemérides de victorias y conquistas, como por ejemplo el 12 de octubre (Día de la Hispanidad, por la llegada de Colón a América) y el 9 de octubre (Día de la Comunidad Valenciana, donde se celebra la entrada del rey Jaime I en València, hecho que se considera como la fecha de nacimiento del pueblo valenciano). Con la mentalidad de habitantes del siglo XXI, se condenan estos hechos históricos porque con ellos se ejerció la violencia contra la gente que habitaba esas tierras antes de llegar los conquistadores repartiendo varapalos a diestro y siniestro. Es decir, como la gran mayoría de las actuaciones de nuestra especie en el pasado. En cambio, sí que se da el visto bueno a celebrar con entusiasmo las derrotas de los bandos políticos con los cuales se sienten identificados: 11 de septiembre, 25 de abril… que tuvieron como consecuencia la pérdida de los fueros de los territorios de la Corona de Aragón.
Por mucho que nos pese, la energía vital de nuestra especie no solo ha sido determinada por los actos de bondad de nuestros congéneres, sino también por las actuaciones que hemos llegado a considerar como las más atroces, cometidas en nombre de las más peregrinas creencias, por los más sanguinarios individuos de entre los humanos. Los actos de heroísmo y compasión, el arte generado por los ideales religiosos —que tanto admiramos colectivamente, como los disfrutamos personalmente—, son inextricables del vandalismo y el dolor causados por las guerras de religión y de conquista, el etnocidio y la explotación de nuestros congéneres del pasado.
¡Actuamos tan inconscientemente a la hora de reivindicar a los buenos y de condenar a los malos!… No nos damos cuenta de que, tanto los unos como los otros, conforman el eco de la voz atronadora que clama en el desierto de las ideas, por la ambivalencia moral de nuestra condición de humanos.
Las celebraciones tradicionales —sobre hechos históricos siempre creados con claroscuros— nos tendrían que servir de apoyo para reafirmarnos como seres humanos arraigados en una tierra y una cultura propias, como atalaya desde la cual procurar extender la alegría y el bienestar entre los individuos de nuestra especie. Consiguientemente, tendremos que procurar ser mejores en el presente y garantizar un futuro más prometedor y solidario para nuestros descendentes, y ―eso sí― tendremos que sacar las consecuencias morales que se derivan de todos los hechos que construyen nuestra historia, pero evitando una re-visión histórica desde los conocimientos y los valores imperantes en nuestro tiempo presente.
Así, pues: ¿nada que celebrar?… Por favor, ¡que la fiesta continúe!…

(De mi libro Son de voces, eco de la entropía, págs. 169-172, Letrame Editorial, 2020).

Nuevo proyecto literario

Os presento mi nuevo ensayo, recién acabado de salir del «horno»:

Son de voces, eco de la entropía, editado por  Letrame Grupo Editorial.

En este libro encontrarás retazos de una vida recordada, reflexiones sobre psicología, sociología y ciencia, y una elemental hoja de ruta al final de la cual se halla una fe palpitante en la improbable supervivencia del género humano, único hito capaz de conservar ardiente la apagada memoria de lo que fuimos.

La obra es fruto de un autoanálisis personal, al tiempo que una reflexión sobre la naturaleza de la sociedad humana y la evolución del Universo. Todo ello filtrado a través de los conocimientos científicos a mi alcance y de la conciencia de mi yo.

En ella se habla de la formación de la conciencia humana como resultado de la memoria y de las huellas que han dejado en nuestra mente las voces de nuestros ancestros. También trata sobre la percepción de la vida como producto de los procesos energéticos, y el papel fundamental que la entropía juega en la disipación de la energía, así como en la creación de la vida, del caos y de la muerte.

Mis pensamientos, encapsulados en estas páginas, giran alrededor de la certeza en una vida individual finita, pero también en la resistencia de nuestro yo a desaparecer para siempre, y en la lucha de la especie humana por preservar la memoria colectiva en la que todos los seres humanos (del pasado, del presente y del futuro) participamos en su creación y desarrollo.

Una moción de (censura) vergüenza

Ahora que se cumplen cuatro años de la moción de censura que desalojó de la Presidencia del Gobierno a Mariano Rajoy, conviene reflexionar sobre los efectos que generó ese insólito episodio de la historia de la democracia en España.

Todo se conjugó a través de esa plataforma político-comunicacional que he dado en denominar #DemocraciaVirtualYa. Pues fue esta auténtica marea política la que se centró en la campaña de acoso y derribo contra el PP de Mariano Rajoy, al que descabalgaron de la Presidencia del Gobierno mediante una calculada jugada que se abría con una frase de un juez del Tribunal Supremo, según el cual el testimonio de Rajoy «no era creíble», la sentencia condenatoria por la corrupción en dos Ayuntamientos de Madrid, que al instante fue catalogada por los medios de comunicación y, naturalmente, por los partidos de la oposición como «sentencia demoledora». De ahí a ganar la moción de censura y a la entrada de Pedro Sánchez en la Moncloa.

A partir de este fatídico capítulo de la historia de la democracia española, empieza el relato de una «nueva realidad» política dominada por la falta de escrúpulos de un líder criado en las tertulias televisivas, sin la menor experiencia en la gestión de los asuntos públicos (ni del sector de la empresa), pero que se maneja como nadie en el terreno del marketing y de la imagen, especialista (y bien asesorado) en la manipulación de las conciencias con el único propósito de conquistar y mantenerse en el poder.

Tal es así que, a pesar de haber afirmado una y mil veces que no pactaría ni con populistas, ni con separatistas, ni con Bildu, se ha saltado a la torera esas (falsas) promesas electorales para hacerse con la Presidencia del Gobierno de España y constituir un ejecutivo de coalición con Unidas-Podemos.

Desde entonces, la ocultación, la saturación informativa, las medias verdades y las mentiras más insolentes se han apoderado de la vida política española. Todo ello añadido a la nefasta, ineficaz e irresponsable gestión de la crisis sanitaria y socioeconómica producida por el COVID_19, cuya principal respuesta fue la declaración de un estado de emergencia inacabable (posteriormente tumbado por «sentencias demoledoras», estas sí, del Tribunal Constitucional) y sostenido mediante el mercadeo político, ahora con ERC, después con Ciudadanos, más tarde con Bildu, siempre con el PNV…

Y mientras, su Vicepresidente 2º (Pablo Iglesias) se empleaba a fondo para mantener viva la llama del guerracivilismo, que tan sustanciosos beneficios políticos aporta a la «izquierda», anclada ideológicamente en la Segunda República, y como parte de las reiteradas maniobras de distracción ante la profunda crisis institucional y socioeconómica que se abre ante nuestros ojos, orquestadas desde el gobierno más numeroso y marrullero de la historia reciente de España.

Como consecuencia de todo ello surge un interrogante: ¿Qué pudo (qué puede) salir mal?

Ano-lógicos y digitales ante la crisis del coronavirus

Cuando acuden a tu mente duros contrastes perceptivos de la realidad entre:

Los lujos de unos pocos y las miserias de muchos humanos.

La política de salón cocinada en los palacios donde reside el poder y la dura realidad que impera en innumerables lugares de nuestro mundo.

Los posicionamientos políticos sectarios y el arrinconamiento de la justicia social.

Cuando observas la interminable lucha entre egos (a cuál más poderoso) y las fatigosas tácticas de seducción empleadas por nuestros líderes políticos, con propuestas vacías de contenido e ineficaces, simplemente guiadas por el marketing electoral, la ocultación o saturación de la información, las medias verdades y las mentiras más obscenas.

Cuando parece que nuestras autoridades están más interesadas en la conquista y mantenimiento del poder a toda costa, que en la búsqueda del mayor bienestar posible para la ciudadanía

Cuando, por la indigestión de tantas maniobras de distracción político-mediática, o por incompatibilidades alimenticias, sientas como una especie de desasosiego que llama imperativamente a las puertas de tu ano… ¡expele una enorme ventosidad preñada de germen revolucionario!

Ahora que nuestros gobernantes, con motivo de la profunda crisis causada por la pandemia del COVID-19, pretenden que el confinamiento en nuestras casas vaya a formar parte de un estado de anormalidad democrática, que nos quieren hacer asumir como una “nueva normalidad” (otra etiqueta propagandística más lanzada al ruedo mediático) que ponga a prueba la capacidad de crítica y de protesta de los ciudadanos ante este estado de cosas anómalo.

Ahora que las multitudes son convocadas a través de la telefonía móvil y las redes sociales para manifestarse a favor, o en contra, de las más peregrinas de las ideas o de las acciones, aquí y ahora se proponen nuevas iniciativas políticas para encarar esa “nueva (a)normalidad” política y socioeconómica que nos ha tocado en suerte:

En primer lugar, como instrumento para la participación de la ciudadanía en la vida democrática, se plantea la constitución del Partido Radical y Pedorro para la Reconstrucción (PRPR, onomatopéyico). Su ideario, simple:

  • Saturar la Red de redes con pedos virtuales ─a cuál más original y estruendoso─ engendrados por la radicalidad digital, siempre que alguna autoridad, comunicador o ciudadano intente vendernos la burra con alguna opinión o propuesta que tan solo busque la descalificación soez del adversario ideológico, la confrontación política gratuita sin argumentos sólidos y meditados, así como la utilización de falacias y mentiras para intentar manipular a la opinión pública con el objeto de llevar el agua a su molino, o a su chiringuito político-mediático.
  • Cuando la “nueva (a)normalidad lo permita, ocupar las plazas de nuestras ciudades y pueblos con actos de pública pedorrea (audio o visual, o audiovisual) en señal de protesta por las más viles de las actitudes de los poderes políticos y económicos.
  • Desahogarse en presencia de algún farsante político o mediático, al paso, sin necesidad de detenerse ante el poderoso y manipulador de turno, o al pasar por su residencia.

Mas, todo ello también exigirá de nosotros un autoanálisis de nuestros niveles de dogmatismo y sectarismo personales y colectivos, para intentar rebajar su energía en pos de acabar con el cómodo, (in)consciente y partidista pin-pan-pun seudoideológico, para hacer posibles los consensos políticos necesarios que nos permitan trabajar en el camino de lograr una sociedad más próspera y justa.

En definitiva, se trata de convertir el gesto íntimo y tan frecuentemente reprimido, en aldabonazo público contra la moral hipócrita y las miserias humanas… A buen seguro que el pequeño tributo que soportará nuestro entorno físico, en cuanto a intensificación de la entropía por la emisión de gas metano a la atmósfera (hace milenios que las vacas han vivido tan tranquilas y tan despreocupadas por su ingente generación de gas metano), será compensado con creces por el incremento de la salud física, mental y social de la especie humana.

Otro gallo cantaría si los humanos, una vez depurados de las toxinas ideológicas más perniciosas, obedeciéramos a los rotundos dictados de nuestras vísceras gastrointestinales, en lugar de seguir a pies juntillas los imperativos de melifluas secreciones de sesos aturdidos por el deseo de poder y de gloria. Y, por siempre… la represión.

(Foto: Mister Changa Big Bang, arte urbano. Detalle de la portada de mi libro Memòria del Big Bang’, Ed. Círculo Rojo, 2020. Disponible en Amazon, Casa del Libro, El Corte Inglés y Agapea)