Algún periódico de ámbito estatal recogía en su portada (!) el debate tuitero protagonizado por los líderes de Podemos Iñigo Errejón y Pablo Iglesias. Mientras el becario podemita creía necesario seducir a la gente que lo pasa mal, en lugar de darle miedo y espantarlo a la hora de depositar su voto en las urnas, Pablemos -con la ayuda del veterano Juan Carlos Monedero– apostaba por seguir dando miedo a los poderosos, etc., etc. Terciando en esa discusión on line, en boca de la lideresa de Podemos Irene Montero la ‘ternura’ era elevada a categoría política. En definitiva, mucha emoción en la vida política española…
No debe de extrañarnos este énfasis puesto en la emoción por los líderes mediáticos de Podemos, dado que su origen hemos de encontrarlo en la génesis y evolución del movimiento global de los Indignados, y que en España se conoce como el 15-M. Un movimiento socio-político que se reconoce en el libro-panfleto titulado ¡INDIGNAOS! , cuyo autor fue Stéphane Hessel.
Así pues, ya en el principio fue una emoción: la Indignación. Es evidente que la emoción -la llamada a los sentimientos de la gente, en una sociedad cada vez más infantilizada- se muestra muy eficaz a la hora de conquistar y mantenerse en el poder, pero aleja a la clase política de la racionalidad, imprescindible para gobernar, para gestionar con responsabilidad las políticas que han de perseguir el bienestar de todo un pueblo.
José Luis Sampedro escribía en el prólogo del mencionado libro:»Como cantara Raimon contra la dictadura: Digamos NO. Negaos. Actuad. Para empezar, ¡INDIGNAOS!». Y puede estar bien la indignación para empezar, pero ¿qué viene después?: ¿la Revolución?, ¿la Reflexión?, ¿o tal vez, la Nada? En Grecia hemos podido comprobar cómo el gobierno izquierdista de la Syriza de Alexis Tsipras, que tenía como lema fundamental de su política «rescatar a las personas» -en lugar de a los banqueros- ha hecho posible la fotografía de ese pensionista abatido ante la puerta del banco donde tenía depositada su pensión y que no podía disponer de su totalidad. Después vinieron los recortes en esas pensiones, el incremento de los impuestos, la venta de patrimonio público, etc., etc., etc.
Por otra parte, la política de la emoción requiere dosis abundantes de demagogia («demagogia directa», diría Javier Marías). El procedimiento puede ser el siguiente: se señalan los efectos nefastos de la crisis, por ejemplo; a continuación se amplifican, y se convierten los hechos puntuales en categoría… Más adelante, se retuercen las ideas (no importa que sean sucesivamente diferentes, o incluso contradictorias), y se violenta el lenguaje para poder llegar desde una propuesta a la contraria, sin inmutarse. De esta manera, Podemos ha pasado a ser, sucesivamente:
- Indignado.
- Transversal.
- Chavista.
- Socialdemócrata.
- De izquierdas…
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, condicionado y jibarizado por el auge de Podemos, hizo caso a la arenga de Raimon-Sampedro, y también dijo ¡NO!:
- ¡NO! a dimitir tras conseguir los peores resultados de su partido en esta época constitucional, el 15-D, primero; el 26-J, después; y como remate, el 25-S vasco y gallego.
- ¡NO! es ¡NO! a permitir el gobierno del partido ganador de las elecciones generales: el PP de Mariano Rajoy, a quien invitó a pedir el apoyo de sus afines (Ciudadanos y nacionalistas-independentistas), a sabiendas de que era prácticamente imposible que los populares pudieran pactar con los soberanistas, y si así lo hubiesen hecho, quedaría allanado el camino para intentar ser presidente con la complicidad de estos.
- ¡NO! a postularse como candidato a la Presidencia del Gobierno tras la investidura fallida de Mariano Rajoy, e iniciar una ronda de contactos con todas las fuerzas políticas.
Y, al final del camino, ese último ¡NO! rotundo se convirtió -por arte de magia del mentalista– en un ¡SÍ!, aún más rotundo, al intento de ser investido con los apoyos parlamentarios que fueran precisos, aunque ello condujera al desastre de su partido y a la inestabilidad del Estado español.
Como corolario, tendremos que preguntarnos si ese sentimiento prístino de indignación, motivado por las graves consecuencias de la crisis socioeconómica -y que nos lleva hacia la demagogia y el populismo- aún puede dejar una porción del espaciotiempo necesario para el uso del análisis racional, al objeto de pergeñar alternativas viables (a ser posible, pacíficas) a este statu quo insatisfactorio.