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Nostálgicos

Con motivo de los actos de la celebración exhumatoria, y posterior traslado para el entierro (¿definitivo?) del cadáver del dictador Francisco Franco, hemos asistido a otro espectáculo -éste, informativo- ofrecido en vivo y en directo por los canales de TV, la prensa y las redes sociales.

Así, la inmensa mayoría de los profesionales de los medios de comunicación daban testimonio de la exigua presencia, tanto en el Valle de los Caídos como en el cementerio de Mingorrubio, de un grupo de «nostálgicos» del régimen franquista, que exhibían banderas pre-constitucionales y lanzaban vítores a Franco. Es evidente que para la mayor parte de los periodistas -que siguen a pies juntillas el manual de estilo dictado por la conciencia de lo políticamente correcto– sólo existen nostálgicos del franquismo.

Paradójicamente, no merecen el calificativo de nostálgicos las personas y colectivos político-sociales que reivindican el regreso a España de la República, mediante la exhibición machacona de la bandera de la II República (instaurada el 14 de abril de 1931), la intención de recuperar los cadáveres de las víctimas de la guerra civil (1936-1939) y la dictadura franquista (1939-1975), dispersos por las cunetas de las carreteras y las fosas comunes de los cementerios. A la vez, abogan por restituir la dignidad de estas víctimas inocentes, y propugnan el procesamiento de los responsables de los crímenes perpetrados durante el franquismo.

En definitiva, estos nostálgicos de la República pretenden borrar de su particular Memoria Histórica la etapa fundamental en la Historia de España, denominada Transición hacia la Democracia, a través de la cual se generó el consenso fraternal y generoso que posibilitó la construcción del Estado Social y Democrático de Derecho, plasmado en la Constitución de 1978. No para olvidar, pero sí para superar las rencillas ideológicas que parecían insuperables en una España dividida políticamente, durante el largo periodo histórico comprendido entre los años 1936 a 1975, por no remontarnos a tiempos más lejanos.

Está claro que ambos colectivos de nostálgicos no comparten las misma naturaleza política: mientras los primeros añoran los tiempos de una dictadura nefasta, los otros anhelan el retorno de un sistema democrático no monárquico, aunque, eso sí, debidamente mitificado y del que se pretende ocultar sus imperfecciones, fallos y la existencia de actos violentos ejercidos por republicanos contra sus adversarios ideológicos.

A pesar de todo ello, para la inmensa mayoría de los medios de comunicación, solo son susceptibles de ser etiquetados como nostálgicos las personas pertenecientes al exiguo reducto de franquistas.

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Es el mismo fenómeno semántico que se produce con la identificación de VOX como «el partido de extrema derecha«. Con férrea disciplina lingüística e ideológica, los profesionales de la información se encargan de presentar siempre a VOX como «el partido de extrema derecha», a modo de etiqueta o subtítulo de la denominación oficial de esa formación política.

Mas, no se sabe por qué extraño fenómenos mediático, en España no existe ningún «partido de extrema izquierda». Por ejemplo, Unidas-Podemos no es un «partido de extrema izquierda», a pesar de que en sus filas se integra Izquierda Unida y la corriente «anticapitalista», y la formación dirigida con mano de hierro por Pablo Iglesias e Irene Montero ha manifestado su intención de «tomar el cielo por asalto» y desde allí cepillarse el «régimen del 78», concebido por ellos como mera continuación del «régimen franquista»,

Tampoco son partidos de «extrema izquierda» ERC y EH-Bildu, aunque el primero ha sido promotor del golpe contra el Estado Social y Democrático de Derecho, en su intento de lograr la independencia de Cataluña, y el último es depositario de la herencia del terror de ETA.

Las intenciones políticas que se esconden bajo estas etiquetas perennes de «nostálgicos» y «el partido de extrema derecha», forman parte de la estrategia del PSOE (iniciada e impulsada por Rodríguez Zapatero, con la aprobación de la Ley de Memoria Histórica, y continuada por Pedro Sánchez, desde la Presidencia del Gobierno de España) para remover la conciencia de la gente, a fin de poner el foco del debate político en el campo de la dramática confrontación que tuvo lugar durante la Guerra Civil, y de las penurias sufridas por los republicanos durante la dictadura franquista.

Ya que no existen grandes diferencias entre las políticas públicas llevados a cabo tanto por el partido de la «derecha» (PP), como el de la «izquierda» (PSOE) -fundamentalmente porque ninguna de ellas pone en cuestión el sistema socioeconómico de libre mercado-, los asesores y líderes socialistas se dedican en cuerpo y alma a sacudir el Árbol del Rencor Ancestral, en el intento de provocar una división ideológica (virtual, pero lo más profunda posible), la cual hunde sus raíces en los dolorosos acontecimientos acaecidos hace más de 80 años.

Esta es la inteligente forma que tiene el PSOE de intentar polarizar los posicionamientos ideológicos: potenciar a VOX, como partido radical de derechas, para que le reste votos al PP, remover los sentimientos pro republicanos y así posicionarse en el centro político, que es donde se encuentra el mayor caladero de votos. Esta es la garantía de una entrada plácida en el Jardín del Poder.

Evidentemente, toda esta perversión del lenguaje y de la política no podría realizarse sin la imprescindible y decisiva colaboración de los medios de comunicación social. Lejos quedan los tiempos en los que la prensa jugó un papel fundamental en la recuperación de la democracia en España. El sector de la información ha llevado a cabo su particular Transición -ya dentro del sistema democrático- hacia el imperio de la posverdad, la simulación, la parcialidad, el engaño y la mentira, cuando todo ello sea necesario para la consecución de sus intereses económicos e ideológicos.

Sin embargo, a pesar de la gravedad de este fenómeno social, nadie parece luchar contra esta otra corrupción que persigue, y provoca, la distorsión de la realidad, con el fin de manipular las conciencias de los ciudadanos en la ruta compartida hacia la consecución del poder político y de la ampliación de las audiencias mediáticas. Todo ello reconvertible en pingües beneficios económicos.

(Imágenes de TVE).