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Ano-lógicos y digitales ante la crisis del coronavirus

Cuando acuden a tu mente duros contrastes perceptivos de la realidad entre:

Los lujos de unos pocos y las miserias de muchos humanos.

La política de salón cocinada en los palacios donde reside el poder y la dura realidad que impera en innumerables lugares de nuestro mundo.

Los posicionamientos políticos sectarios y el arrinconamiento de la justicia social.

Cuando observas la interminable lucha entre egos (a cuál más poderoso) y las fatigosas tácticas de seducción empleadas por nuestros líderes políticos, con propuestas vacías de contenido e ineficaces, simplemente guiadas por el marketing electoral, la ocultación o saturación de la información, las medias verdades y las mentiras más obscenas.

Cuando parece que nuestras autoridades están más interesadas en la conquista y mantenimiento del poder a toda costa, que en la búsqueda del mayor bienestar posible para la ciudadanía

Cuando, por la indigestión de tantas maniobras de distracción político-mediática, o por incompatibilidades alimenticias, sientas como una especie de desasosiego que llama imperativamente a las puertas de tu ano… ¡expele una enorme ventosidad preñada de germen revolucionario!

Ahora que nuestros gobernantes, con motivo de la profunda crisis causada por la pandemia del COVID-19, pretenden que el confinamiento en nuestras casas vaya a formar parte de un estado de anormalidad democrática, que nos quieren hacer asumir como una “nueva normalidad” (otra etiqueta propagandística más lanzada al ruedo mediático) que ponga a prueba la capacidad de crítica y de protesta de los ciudadanos ante este estado de cosas anómalo.

Ahora que las multitudes son convocadas a través de la telefonía móvil y las redes sociales para manifestarse a favor, o en contra, de las más peregrinas de las ideas o de las acciones, aquí y ahora se proponen nuevas iniciativas políticas para encarar esa “nueva (a)normalidad” política y socioeconómica que nos ha tocado en suerte:

En primer lugar, como instrumento para la participación de la ciudadanía en la vida democrática, se plantea la constitución del Partido Radical y Pedorro para la Reconstrucción (PRPR, onomatopéyico). Su ideario, simple:

  • Saturar la Red de redes con pedos virtuales ─a cuál más original y estruendoso─ engendrados por la radicalidad digital, siempre que alguna autoridad, comunicador o ciudadano intente vendernos la burra con alguna opinión o propuesta que tan solo busque la descalificación soez del adversario ideológico, la confrontación política gratuita sin argumentos sólidos y meditados, así como la utilización de falacias y mentiras para intentar manipular a la opinión pública con el objeto de llevar el agua a su molino, o a su chiringuito político-mediático.
  • Cuando la “nueva (a)normalidad lo permita, ocupar las plazas de nuestras ciudades y pueblos con actos de pública pedorrea (audio o visual, o audiovisual) en señal de protesta por las más viles de las actitudes de los poderes políticos y económicos.
  • Desahogarse en presencia de algún farsante político o mediático, al paso, sin necesidad de detenerse ante el poderoso y manipulador de turno, o al pasar por su residencia.

Mas, todo ello también exigirá de nosotros un autoanálisis de nuestros niveles de dogmatismo y sectarismo personales y colectivos, para intentar rebajar su energía en pos de acabar con el cómodo, (in)consciente y partidista pin-pan-pun seudoideológico, para hacer posibles los consensos políticos necesarios que nos permitan trabajar en el camino de lograr una sociedad más próspera y justa.

En definitiva, se trata de convertir el gesto íntimo y tan frecuentemente reprimido, en aldabonazo público contra la moral hipócrita y las miserias humanas… A buen seguro que el pequeño tributo que soportará nuestro entorno físico, en cuanto a intensificación de la entropía por la emisión de gas metano a la atmósfera (hace milenios que las vacas han vivido tan tranquilas y tan despreocupadas por su ingente generación de gas metano), será compensado con creces por el incremento de la salud física, mental y social de la especie humana.

Otro gallo cantaría si los humanos, una vez depurados de las toxinas ideológicas más perniciosas, obedeciéramos a los rotundos dictados de nuestras vísceras gastrointestinales, en lugar de seguir a pies juntillas los imperativos de melifluas secreciones de sesos aturdidos por el deseo de poder y de gloria. Y, por siempre… la represión.

(Foto: Mister Changa Big Bang, arte urbano. Detalle de la portada de mi libro Memòria del Big Bang’, Ed. Círculo Rojo, 2020. Disponible en Amazon, Casa del Libro, El Corte Inglés y Agapea)

Pedro y Pablo: La insoportable levedad de la ‘nueva política’

Del grito indignado de “No nos representan”, y de la denuncia sobre los privilegios y actuaciones corruptas de la casta política, a calentar poltronas en el Congreso, en el Senado, en gobiernos autonómicos y municipales… y ahora en el Gobierno de España.

De denunciar (presuntos) delitos de los adversarios políticos, a cometerlos (presuntamente).

De abominar del “Régimen del 78”, como presunta continuación del franquismo, a la afirmación de Pablo Iglesias en el último debate de la investidura fallida de Pedro Sánchez de que “la Constitución es algo muy serio”.

Del eslogan populista “PSOE, PP, la misma mierda es”, a taparse la nariz y exigir la entrada de miembros de Podemos en el Gobierno del apestado PSOE, aquel que en tiempos de Felipe González tuvo “las manos manchadas con cal viva” (en referencia a las actuaciones criminales del GAL), según nos recordó Pablo Iglesias en la primera investidura fallida de Pedro Sánchez que propició la investidura de Mariano Rajoy.

Es evidente: La ola de la indignación, que se generó con la contestación a los efectos de la crisis económica, acaba de morir en la playa exclusiva de la nueva casta.

El movimiento transversal que venía a quebrar el bipartidismo (no al eje izquierda-derecha, sí a la antítesis arriba-abajo, a favor de los oprimidos), termina por alienarse (perdón, alinearse) claramente en el espectro ideológico de las izquierdas.

Podemos abrió la vía de la “nueva política”, el impulso capaz de regenerar el panorama político español y de dar por finiquitada a la “vieja política”, corrupta y antidemocrática. Una nueva vía que ha acabado por impregnar al resto de formaciones políticas. Pero, al final, después de analizar sus actuaciones ¿cuáles son los fenómenos políticos diferentes que ha aportado “la nueva política”:

  • Desmedida ambición de poder: Mientras se proclama la apuesta por la erradicación de la “vieja política”, se despliega antes nuestros ojos y oídos una despiadada y desnuda lucha por el poder, en la que, contradiciendo al triste y recientemente fallecido Julio Anguita (“Programa, programa, programa”), lo último que se dirime en las negociaciones para formar un gobierno es un programa político y unas medidas para implementarlo. Así, el líder socialista Pedro Sánchez es capaz de pactar con cualquier formación política (sea constitucionalista o independentista) con tal de conseguir el poder. Mientras Podemos, un partido político con solo cuatro años de existencia y nula experiencia de gestión en la Administración de Estado, exige una Vicepresidencia y cinco Ministerios en el fallido gobierno de coalición con el PSOE.
  • Mercadeo político: Los cada vez más valorados asesores de los diferentes partidos no entienden de contenidos programáticos. Sus propuestas de táctica y estrategia se centran en fortalecer la imagen del líder del partido y de debilitar la posición de las fuerzas políticas adversarias. La táctica es la estrategia, y viceversa. Por eso, Pedro Sánchez actúa como un croupier de casino que reparte las cartas al resto de partidos políticos. En primer lugar, asigna el papel de “socio preferente” a Podemos, al tiempo que le niega su entrada en un gobierno de coalición o colaboración. A continuación, sin proponer pactos de Estado, pide al PP y a Ciudadanos que se abstengan en la votación para investirlo Presidente del Gobierno y así facilitar la formación de un ejecutivo que no dependa de las fuerzas populistas y separatistas. Todo ello para intentar ganar el terreno del centro político y así aumentar su representación parlamentaria, ante unas posibles elecciones generales cuya convocatoria depende de él.
  • Política de imagen y comunicación: Lo fundamental de las propuestas de los partidos políticos en la actualidad se ciñe a la colocación de la mejor imagen posible y de los mensajes de sus dirigentes en los medios de comunicación y, sobre todo, en las redes sociales, al objeto de ganar el favor de la opinión pública.
  • Cambio de paradigma moral y político: Antes eran importantes los posicionamientos ideológicos y el rigor a la hora de realizar propuestas políticas, así como en la actuación de los líderes políticos. En los tiempos que corren priva la falta de coherencia: No importa que un día se lance una propuesta y al día siguiente (o incluso durante el mismo día) se difunda una diferente o su contraria. El bien supremo es la obtención del poder al precio que sea.
  • Dificultad en la formación de ejecutivos: Tras complicadas, tediosas e interminables negociaciones, ahora los procesos electorales se suceden con excesiva rapidez. Ante la falta de capacidad para llegar a acuerdos, los líderes políticos delegan una y otra vez en los electores la responsabilidad que a aquellos les corresponde en la formación de gobiernos.

Estas son algunas de las claves que permiten entender el espectáculo en el que se ha convertido la −dos veces− fallida investidura de líder socialista Pedro Sánchez… hasta su consumación.

Ante este espectáculo frívolo y descarnado de lucha por el poder en España, es fácil caer en la tentación de cambiar de canal para revivir las inocentes y divertidas andanzas de Pedro y Pablo, los auténticos ‘Picapiedra’.

Cuando #LaGente se mete en política

El Estado de las Autonomías es uno de los pilares en los que se sustenta el sistema constitucional español. Las autonomías fueron erigidas como reivindicación política de los derechos de las comunidades históricas, y en cuanto Administraciones Públicas más próximas al ciudadano, potenciadoras y coordinadoras de las Administraciones más cercanas, los municipios.

Como secuela de la profunda crisis económica, ha sido puesto en cuestión este Estado de las Autonomías, pues han salido a flote sus disfuncionalidades y algunas personas con mentalidad centralista han intentado imputarles los problemas del déficit y de la deuda públicos, aunque el ataque más fuerte contra ese Estado está protagonitado por el movimiento independentista catalàn.

Es cierto que el desarrollo del sistema autonómico ha generado una serie de sinergias negativas, como pueden ser la excesiva competitividad que se ha establecido entre las diferentes autonomías, a los efectos de acaparar competencias y recursos públicos, lo que ha llevado a un estado generalizado en el que imperan las reclamaciones por supuestos agravios comparativos que, en general, conducen al sentimiento del victimismo.

El transcurso del tiempo nos da una imagen del proceso autonómico según la cual, con la aprobación de la Constitución Española de 1978 y los Estatutos de Autonomía que le siguieron, se habría dado el pistoletazo de salida en la competición por equipos autonómicos, hacia la mayor acumulación posible de competencias y poder territorial, aunque fuera a costa de perder de vista la necesaria solidaridad entre los pueblos hispánicos, producto de los imprescindibles acuerdos y pactos entre los entes autonómicos y el Estado.

Así, hemos llegado a una situación en la que, a consecuencia de la crisis económica, conviven un sistema de financiación injusto y un (no) reparto de los recursos que pertenecen a todos (el agua, por ejemplo). En este sentido, es conveniente recordar cómo las asociaciones de regantes y usuarios, principales interesados en la buena gestión del agua, como bien común, llegaron a acuerdos para la concreción del Plan Hidrológico Nacional a través del trasvase de aguas del río Ebro. Acuerdos que fueron ignorados por el Gobierno de Zapatero a la hora de derogar los artículos de la Ley del PHN que contemplaban dicho trasvase.

Intereses partidistas y empoderamiento de determinados gobiernos autonómicos amigos, se impusieron al consenso y a la resolución de problemas estructurales graves de otras autonomías, consideradas como enemigas políticas (de diferente signo partidario) y, por lo tanto, víctimas propiciatorias de los pactos alcanzados entre los partidos que sustentaban al Gobierno de España y a las Comunidades Autónomas beneficiarias.

Aunque pueda parecer un contrasentido, es posible que la mayor facilidad para llegar a acuerdos en el seno de los diferentes sectores de la sociedad civil -en comparación con los partidos políticos-, se deba a que las organizaciones ciudadanas persiguen aquello que los autores de La urna rota califican como ‘intereses contrapuestos‘, con los que se pueden enhebrar transacciones y pactos, en lugar de la utópica persecución de un ‘interés general‘ en cuanto «ilusión metafísica en la que se refugia el legislador» que, a menudo, esconde meros intereses de partido. En determinados momentos es conveniente romper las amarras de los intereses partidistas, tejidos con la pulsión de conquista y mantenimiento del poder, así como para el establecimiento de alianzas con las fuerzas que les pueden ayudar en ese objetivo, a su vez enrocadas en sus propios intereses partidistas, por lo que resulta difícil salir de esa espiral que gira en torno al ombligo donde se miran los partidos.

Así, podemos afrontar los desequilibrios políticos y territoriales más allá del prisma político partidista -aunque sin voluntad de sustituirlo-, desde la perspectiva de la vertebración de la sociedad civil, a los efectos de darle la vuelta a la tortilla organizativa del Estado y conseguir un mejor ordenamiento jurídico y práctico en materia de régimen electoral, financiación, distribución de recursos públicos y transparencia en el funcionamiento de la Administración Pública y de los partidos políticos, así como el fortalecimiento de esa sociedad civil que, a estas alturas de la corrida constitucional, aún no parece haber alcanzado la mayoría de edad para llegar a ser sujeto consciente y responsable, activo y determinante en la adopción del rumbo hacia el que debe dirigir sus pasos la sociedad española.

Es evidente que la sociedad civil se vertebra a través de vías organizativas y comunicacionales, tanto informales como formales. La omnipresencia de las redes sociales ha de facilitar la vertebración de la sociedad civil, sobre todo entre los sectores con perfiles semejantes [Vid. artículo ¿Dónde va #LaGente?] y dentro del ámbito más informal, sin descartar su utilización en las estructuras formales (estables).

Como antes hemos dicho, la vertebración para la participación de la ciudadanía en el ámbito socio-político, ha de sustentarse en la base del municipio, en cuanto entidad pública más cercana al ciudadano, para -a través de las entidades supramunicipales como las mancomunidades y comarcas, obtener una vertebración estable de la sociedad civil, siempre conectada y siempre dispuesta a ser colaboradora y crítica con la Administración Autonómica correspondiente. (Por cierto, el papel que han de jugar, o no, las Diputaciones Provinciales, podría ser objeto de discusión).

Una vez conseguida esta estructuración autonómica ciudadana, debe favorecerse el engarce de la estructura autonómica con el Estado. Ahí, tal vez, podría jugar un papel relevante el Senado, esa institución que no acaba de encontrar un lugar claro en el organigrama salido de la Constitución, a pesar de ser concebido como órgano de representación territorial. El establecimiento de los foros adecuados para la coordinación de los diferentes territorios -en cuanto espacios habitados por ciudadanos, con culturas e intereses propios y, muchas veces, enfrentados-, podría ser una de sus competencias más importantes.

(Fotografía: Official Press. Plantà al tomb de la falla municipal de València 2017)

Transparencia contra la corrupción

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«La gente tiene que creer en el gobernante y confiar en él; cuando confía, le concede una medida de libertad para actuar sin constante vigilancia o control. A falta de esa autonomía, nunca podría ponerse en marcha».
Richard Sennett, El respeto.

La crisis socioeconómica actual, ha generado una serie de fenómenos que, aunque ya estaban latentes con anterioridad, han pasado a primer plano en el listado de preocupaciones de nuestra sociedad:

·El afloramiento de casos de  corrupción  derivados de la época de bonanza económica y la consiguiente  desconfianza en la clase política, convertida en casta, marcan de una manera clara la hoja de ruta de la política de nuestro tiempo. Las dificultades para alcanzar un  acuerdo de investidura a Presidente del Gobierno de España  (no digamos de gobernabilidad), por las medidas a aplicar en materia de corrupción, son un claro ejemplo de ello.

·Junto con los principales problemas ocasionados por la recesión económica, como son el fuerte incremento del  paro  y el aumento de la  desigualdad social, y la  precariedad  de muchas familias.

Así como las medidas para hacer disminuir el nivel de desempleo, se circunscriben a medidas políticas que tienen una fuerte componente técnica en materia económica y jurídica, por lo que no tienen un papel relevante en cuanto a presencia en los medios de comunicación, los casos de corrupción y las soluciones que se proponen para erradicarla, han devenido en las estrellas más mediáticas: copan los espacios informativos y los programas de  tertulia política, que parecen seguir el guión de cualquier  Salvemos de luxe.

La corrupción genera morbo, y el morbo es noticia. Y como los principales protagonistas de la corrupción son los políticos (junto con la imprescindible ayuda de empresarios), la posición de  la clase política se ve cada día más debilitada  ante los ojos de la opinión pública, que se siente engañada por la casta, lo que comporta la pérdida de confianza en sus -hasta hace bien poco-  legítimos representantes políticos.

Y para combatir la corrupción, nada mejor que la implantación de una política firme en materia de  transparencia. En ese sentido, el  Gobierno de España  ha sacado adelante la denominada Ley de Transparencia, al objeto de dar respuesta a la demanda de la opinión pública -y publicada-, aunque ya se oyen voces críticas sobre la idoneidad de dicha norma para atajar la corrupción «de raíz». De todas las maneras, los autores de La urna rota, afirman que, si bien «es cierto que ha habido un número considerable de casos de corrupción en nuestro país, la evidencia empírica sugiere que somos pesimistas. De hecho, la situación no es tan mala como pensamos, comparada con la de los países de nuestro entorno».

Según el filósofo  Byung-Chul Han, en el libro La sociedad de la transparencia, la exigencia de transparencia se hace oír cuando la gente ha perdido la confianza en sus políticos y, tal como señala  Sennett, esa situación impide a los mismos el ejercicio necesario de la  autonomía  para poder realizar sus funciones. Así, cuanta más transparencia se reclama, mayor es la debilidad de la clase política. Y  quienes más proclaman la necesidad de mayor transparencia son los medios de comunicación, interesados en ello por los siguientes motivos:

1.- Les facilita su labor de  investigación  y  afloramiento de nuevos casos de corrupción, con lo que se eleva el nivel de morbo en la sociedad.

2.- Se  incrementa su potencial de coacción y control sobre la clase política. Para  Han, «esta coacción sistémica convierte a la sociedad de la transparencia en una sociedad uniformada. En eso consiste su rasgo totalitario».

3.- La posición de los políticos se ve cada vez más debilitada, lo que comporta una  mayor dependencia de los planes e intereses (políticos y crematísticos) de los medios de comunicación, en cuanto empresas privadas y portavoces privilegiados de la clase capitalista.

Tal vez por ello, Han señala que «la transparencia forzosa estabiliza muy efectivamente el sistema dado. La transparencia es en sí positiva. No mora en ella aquella negatividad que pudiera cuestionar de manera radical el sistema económico-político que está dado […] Solo es por entero transparente el espacio despolitizado. La política sin referencia degenera, convirtiéndose en  referendum«. En consecuencia, «la política cede el paso a la administración de necesidades sociales, que deja intacto el marco de relaciones socioeconómicas ya existentes y se afinca allí».

Una vez generada la  necesidad  de transparencia, su expansión parece imparable. Está claro, que a los medios de comunicación nunca les parecerán suficientes las medidas sobre transparencia, de ahí, las críticas a las medidas contempladas en la  Ley de Transparencia. Queda por saber si su evolución también seguirá el modelo de las  burbujas, y que llegará un punto en el que se pinche.

Tampoco podemos pasar por alto que el fenómeno de la transparencia política está inserto en el marco global de una sociedad transparente, dominada por las  empresas punteras en tecnología digital  que, a través del  big data,  Internet   y de las  redes sociales, controlan cada vez más nuestros datos personales, al objeto de facilitar las transacciones económicas y los negocios.

Reclamamos más transparencia a nuestro sistema político y no pensamos que tal vez esta actitud sea el eco de la ambición de  Facebook, Amazon, Google  y del resto de  buscadores  y empresas cuyo principal capital es el  big data, en crear una sociedad cada vez más transparente para hacernos cada vez más visibles , al objeto de poder  controlar nuestras huellas sociales  y colocarnos sus productos.

Cabe que nos preguntemos: ¿Hay vida política más allá de la demanda de transparencia? ¿La demanda de transparencia agota el listado de las reivindicaciones políticas? ¿Volveremos a depositar la confianza en nuestros legítimos representantes políticos?

(Ilustración:  La nena wapa, wapa. Graffiti en el Parque de Marxalenes, Valencia)