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El éxito del capitalismo y la sumisión de los sindicatos

«Sin duda, el sistema capitalista ha triunfado. A pesar de las crisis cíclicas y sistémicas que ha sufrido, se ha instalado en las redes neuronales del cerebro humano y, por ello, ha sido capaz de implantar su lógica como la realidad inmutable con la que hay que contar y a la que hay que adaptarse si se quiere conseguir algo positivo en la vida.

Como animales racionales que decimos ser los humanos, nos planteamos el porqué del éxito del capitalismo y muchas han sido las teorías que se han desarrollado al respecto. Una de tantas de las razones triunfadoras podría residir en que el fundamento lógico del sistema se asienta firmemente sobre el instinto básico de depredación de la especie humana (ley de supervivencia de los mejor adaptados a la evolución), el cual llega a inscribirse con letras de oro en las sagradas escrituras («… y manden en los peces del mar y en las aves del cielo…») y termina por instalarse cómodamente en las leyes (escritas y no escritas) del funcionamiento del mercado, del que se predica su libertad inherente.

Y esta hegemonía es tan aplastante que ya se ha producido la erradicación del sistema comunista sobre el mapa planetario, en tanto que antagónico del capitalista, incluso con la desintegración del Estado más grande de la Tierra (la URSS) que daba sustento a aquel. También es rotunda la victoria del capitalismo porque ha domeñado sibilinamente a los agentes que en teoría deberían actuar desde el interior, como contrarios al mantenimiento del sistema.
Dicho de otra manera, partidos socialistas, sindicatos… se han limitado a reconocer el cuadro de valores inmutables del régimen y el juego que dicta la lógica del moderno GRAN LEVIATÁN.

Así, ante la falta de visiones ideológicas realmente contrapuestas, la lucha de los partidos por el poder se ciñe a resaltar las diferencias con el contrario a través de políticas de imagen y a vender en el mercado electoral supuestas alternativas programáticas, que tan solo suponen una discrepancia en pequeños porcentajes de inversión en partidas presupuestarias socialmente ‘sensibles’, como es el caso de las áreas de bienestar social o empleo (mejor: subsidios al desempleo). Con ello intentan aquietar las conciencias pseudo-revolucionarias que hace tiempo han borrado de sus mentes cualquier atisbo de verdadera revolución social. Mientras, la falta de un proyecto alternativo serio se salda con unas políticas parciales y erráticas.

Los sindicatos, por su parte, han dejado de plantearse la necesidad de realizar un cambio de manos en la propiedad de los medios de producción e intercambio y han asumido íntimamente la lógica predadora del sistema, la cual conduce a conseguir el máximo provecho inmediato (dígase aumento salarial) sin mirar o calcular las consecuencias que esa postura egoísta (de defensa del yo de cada uno de los trabajadores o de los colectivos de empleados) tiene hacia el exterior de los impermeables muros de los hogares y de las empresas, así como fuera de las rígidas fronteras nacionales de los denominados países desarrollados.

El fantasma del hambre y de la miseria recorre el mundo impulsado por la depredación descontrolada de la lógica del sistema capitalista, con el cual acabamos por colaborar todos: unos (los capitalistas) persiguiendo más beneficios; otros (los asalariados) reivindicando mayores retribuciones; unos y otros, consumiendo los bienes y servicios que ofrece el sistema.

Si a los sindicatos aún les quedara una brizna de su espíritu revolucionario original, si aún pudieran situarse al margen de la comodidad que les presta la política subvencionadora de los gobiernos, deberían apostar por romper los esquemas políticos, económicos y organizativos que les propone el sistema capitalista y plantearse seriamente rebajar el peso de los comités de empresa como órganos destinados, fundamentalmente, al logro de mejoras salariales de los trabajadores, para patrocinar la participación de representantes sindicales de las ennpresas en organismos de ámbito territorial (de barrio, municipal, nacional, estatal, continental, mundial), a fin de poner su esfuerzo en beneficio de los verdaderos «parias de la Tierra»: las personas que desean trabajar y no encuentran un empleo; los humanos que padecen situaciones personales o sociales difíciles; la gente, en definitiva, que reclama la atención de quien está en disposición de ayudarle.

También es notorio que la gran mayoría de la población contribuye a mantener el estado de cosas actual, deseando más y más productos de consumo —aunque sea a fuerza de endeudarse hasta las cejas—, así como el GRAN LEVIATÁN desea el crecimiento de la demanda de bienes de consumo para poder tirar con fuerza del carro de toda la economía. (Ay, y cuando la demanda se retrae, iCómo se estanca el carro en el fango!).

Todos, en definitiva, creemos asistir como meros espectadores a esa guerra silenciosa, casi anónima, pero realmente cruenta, que se desarrolla a lo largo y ancho de los confines de la Tierra, aunque nuestros gestos cotidianos nutren la lógica del sistema.

El tiempo dirá si dentro de los parámetros del sistema actual cabe un cambio hacia un capitalismo «de rostro humano», en el que la voracidad consustancial al yo individual y colectivo, pueda ser temperada por el sentimiento de compasión hacia el prójimo y de respeto hacia la Naturaleza, o si, por el contrario, el instinto predador de cada sujeto solo puede conducirnos hacia el capitalismo más y más «salvaje», al cual algunas mentes justicieras pretendan oponer un orden económico y social diferente,

Mas, para poder dilucidar los caminos futuros de nuestra sociedad, es necesario que cesen de una vez por todas las funciones del circo ideológico y del teatro de las variedades políticas, donde día tras día los actores profesionales del cuadro de políticos, asesores de imagen e ideólogos representan su papel (en el fondo el mismo aunque disfrazado de máscaras diferentes) y tratan de confundir nuestras mentes con juegos de malabarismo dialéctico, siguiendo los dictados de un sencillo guion escrito por los agentes económicos financieros que rigen los destinos de los capitales y de las personas.

A la hora de la verdad, habrá que bajar la política a la arena de la ‘seriedad’, allá donde se plante batalla a pecho descubierto a la bestia negra del yo desatado. Y habrá que decir las cosas por su nombre. Y se tendrá que discrepar en aquello en lo que ‘realmente’ no se esté de acuerdo.

Pero, fundamentalmente, deberemos intentar el logro de consensos en las materias que sean más significativas para el buen desarrollo de toda la Humanidad, porque, ciertamente, sin consenso es difícil pensar en un cambio social radical y al tiempo no violento.»

De mi ensayo ‘Son de voces, eco de la entropía’, Letrame Editorial, 2020.

Imagen: Obra de Antonio de Felipe

Predación-compasión

Es evidente que el instinto predador está inscrito en los genes de los seres humanos, como animales que somos. La compasión, en cambio, es una actitud ancestral adquirida y que algunos paleontólogos han querido ver como signo distintivo de nuestra especie, respecto de las especies animales que le han precedido en la senda de la evolución, junto con la realización de ritos de reverencia hacia la muerte, tal vez origen o correlato del sentimiento religioso.

Sabemos que el sentimiento de compasión raramente existe fuera de la psicología del ser humano: el animal salvaje que puede matar a un retoño indefenso de otra especie (para alimentarse) o de la misma especie (para imponer sus genes en la manada), lo hace sin piedad y sin ningún tipo de remordimiento por esa acción que los humanos categorizamos como ‘cruel’, ya que el animal no hace más que seguir los dictados de sus instintos naturales, los cuales delimitan su horizonte psíquico y vital.

Al parecer, la compasión se genera en la psiquis de la especie humana como un factor inhibidor de ciertos instintos, a partir del cual se fundan los sentimientos y los principios ideológicos de la religión y de su ética conexa, «Amarás al prójimo como a ti mismo», «no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti», son lemas que, con distintas variantes lingüísticas, impregnan el ‘corpus’ de la mayoría de las religiones.

Por ello, depredación y compasión son las dos caras de la misma moneda en la naturaleza de la especie humana y suponen impulsos contrapuestos que dirigen el devenir de nuestra especie. No sería correcto, por seguir dictados racionales o irracionales, decantarse por la importancia de uno de los dos factores al objeto de minusvalorar o intentar hacer desaparecer al otro de la vida de los humanos. Sucede que cada una de las actitudes (predadora o compasiva) se manifiesta en ámbitos sociales diferentes: la compasión suele encontrarse circunscrita en los espacios más íntimos, familiares y cercanos; la depredación es más fácil que se manifieste dentro de los ámbitos sociales más alejados del círculo íntimo del individuo concreto, distancia vital que ha sido drásticamente reducida por la presencia y la actividad de los medios de comunicación y de las redes sociales.

A ojos del ciudadano contemporáneo, puede parecer que la moral y la religión apuestan por una compasión de amplio espectro que abrace en su bondad a toda la especie humana. Y así sucede, sin duda, en momentos puntuales en los que se difunde por doquier (ahora, a través de los Rayos Catódicos y del Imperio Internet) la existencia de cualquier catástrofe que afecte a naciones o regiones enteras: en esos momentos se movilizan las energías de millones de seres humanos para intentar paliar los daños producidos a miembros de nuestra especie, aunque se encuentren en el otro extremo del planeta (la distancia espacial sensible a la reacción depende de la distancia y el tiempo en los que pueden accionar o reaccionar los medios de comunicación disponibles en el momento histórico concreto. Hoy en día el espacio sensible es todo el planeta y el tiempo de reacción es el mismo instante, ‘en tiempo real’ que diría un informático.

Sin embargo, observamos cómo en la sociedad humana proliferan los conflictos inter-personales, inter-étnicos, e incluso las guerras inter-nacionales, ¿Dónde se esconde la compasión en estos casos? En estos supuestos conflictivos la energía que irradia el yo amenaza con superar cualquier contrapeso anti-instintivo y romper el equilibrio entre las fuerzas racionales e instintivas, a favor de estas.

El hombre (enajenado de la Naturaleza) segmenta su psique a la hora de afrontar su relación con el mundo exterior. La persona es el núcleo principal alrededor del cual se construyen los ámbitos instintivos y familiares; los sentimientos positivos de pertenencia a su grupo generan la idea de patria que puede cristalizar, a su vez, en un sentimiento profundo de identidad nacional, A partir de este personal y comunitario, donde PARSONS hace reinar los sentimientos de afectividad y adscripción, se levanta la impersonal frontera donde comienza el territorio en el que se juega, en sociedad, con la neutralidad afectiva y los valores adquisitivos en lugar de los identitarios.

De nuestras experiencias vitales podemos deducir que la compasión configura al «prójimo» en tanto que «próximo» (sentido de comunidad) y deja al resto de congéneres en manos (y dientes) del instinto predador. Así ha sucedido incluso en la mayoría de (por no decir todas) las religiones donde rara ha sido la existencia de un sentido de compasión ecuménica y, en cambio, ha predominado a través de los tiempos la separación radical entre creyentes (los nuestros, los buenos), herejes e infieles (los otros, los malos… los enemigos), dentro de una dialéctica histórica entre acción evangelizadora y guerra santa contra los no conversos.

[…]

Al fin, comprobamos que la compasión queda relegada a la ‘responsabilidad’ de determinadas personas ‘especializadas’ en dicho menester (religiosos, misioneros, voluntarios…) y en actos aislados de caridad, limitados a la atención sobre gente desafortunada que merodea por nuestra comunidad y perturba la feliz y armónica dicha de nuestros apacibles y bien surtidos hogares. Con ello, el ser humano se declara ‘inocente’ de esa especie de omisión homicida y se limita a asistir impertérrito al espectáculo virtual de la miseria de sus congéneres, desde el aislamiento de su celda hogareña.

[…]

No obstante, en el supuesto de desear persistir en efectuar un hipotético reparto de responsabilidades sociales, habría que configurar una pirámide en cuya cúspide se instalarían los sujetos que dirigen los gobiernos de los países hegemónicos, los dirigentes de la religiones mayoritarias, los ejecutivos de las empresas transnacionales y los gestores y ejecutores de la política de los medios de comunicación: unos son los responsables de las decisiones que ‘enriquecen’ el acervo ideológico, político y económico del sistema, mientras los periodistas y publicistas se encargan, por un lado, de facilitar los canales de comunicación adecuados para la propagación del mensaje social favorable a los intereses del capital, y por otra parte, conducen la mente de los humanos hacia entretenimientos que distraen a los miembros de nuestra especie de los problemas del conjunto de la misma.

Aunque nos declaremos incompetentes para emitir un veredicto sobre si las acciones de los humanos se realizan mediante ‘omisión’, ‘dolo’, ‘culpa, o ‘simple imprudencia’, deberíamos dejar constancia de cómo unas personas prestan su mano para la perpetración del ‘crimen’, otros actúan como cómplices o encubridores del mismo, a la vez que la inmensa mayoría permanecemos como testigos, más o menos pasivos, de las tropelías cometidas contra la Humanidad y la vida en el planeta Tierra.

(De mi libro ‘Son de voces, eco de la entropía’, Letrame Editorial, 2020)

Ilustración: ‘Annuntation’, Sonia Carballo, 2019