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Lenguaje apocalíptico: el poder de la entropía

APOCALÍPTICOS Y ENTRÓPICOS (Cap. 71)

«Si nos fijamos bien, la mente humana (producto de la evolución hacia la complejidad del cosmos) actúa como un espejo en el que se reflejan los efectos de la entropía en el mundo que la envuelve. Con el transcurso del tiempo y el efecto acumulador correspondiente, los fenómenos caóticos y disipadores de los valores morales que mantienen cohesionadas a las sociedades humanas, son percibidos como una amenaza hacia la supervivencia de la especie, y la misma mente activa los mecanismos que tratan de paliar esos efectos nocivos sobre los individuos y la especie.

El primer paso consiste en identificar el problema. Después vendrá la oportuna conceptualización o etiquetado lingüístico del fenómeno. Por último, nombrado, definido y acotado el problema, habrá llegado la hora de las oportunas soluciones. Así, puede comprenderse cómo el fenómeno de la proliferación de los accidentes de tráfico impulse la realización de campañas publicitarias de sensibilización ciudadana, además de normas jurídicas que impongan sanciones más drásticas a los cada vez más numerosos infractores (como, por ejemplo, la creación del «carnet por puntos»). También en el mismo sentido de socialización se nos presentan los casos de «violencia de género», «accidentabilidad laboral», «acoso laboral (mobbing)», «acoso escolar (buylling)», «violencia en el deporte»… Todos ellos, debidamente definidos por los científicos y legisladores y con sus correspondientes prohibiciones y sanciones, impuestas por el poder político.

Eso mismo se refleja en otros campos sociales, como en el de la salud, con la emergencia de nuevas enfermedades acotadas por los científicos y que —como efecto o causa— generan un relanzamiento de la industria farmacéutica, a través de la etiquetación de productos cuasi-milagrosos que, eso sí, pueden producir efectos secundarios más nocivos que la misma enfermedad, entre otros, alteraciones manifiestas en la personalidad del enfermo, más o menos imaginario. «Estrés», «depresión», «TDAH» (o «trastorno de déficit de atención, con o sin hiperactividad», es decir, el comportamiento de los niños difíciles, inquietos y revoltosos de toda la vida), son algunas de estas modernas enfermedades.

También hemos sido espectadores, involuntarios, de las alarmas mediáticas (¿mediatizadas por el poder de la industria farmacéutica?), apocalípticas, protagonizadas por organismos considerados tan serios y responsables como la Organización Mundial de la Salud (OMS). La epidemia de gripe A no fue tan grave como se anunció, pero aportó grandes beneficios a las farmacéuticas con la fabricación de tantísimas vacunas, sobrantes, y esas mascarillas que tan bien daban en los medios de comunicación a la hora de ofrecer ruedas de prensa de expertos médicos, entrenadores de fútbol y cualquier personaje mediático que quisiera dar la nota.

Y a la fiesta mediática no pueden faltar los políticos con un desmedido afán de protagonismo. Así, saltó la alarma sanitaria por el contagio con la bacteria E. coli de un buen número de personas en Alemania —con varias muertes incluidas— que, en un primer momento, se imputó al pepino español, después a la soja alemana, para, finalmente, detectar el agente causante en una granja ecológica sita en Alemania, no sin antes haber causado grandes pérdidas a los agricultores españoles (sin comerlo ni beberlo, y sin ver cómo asumía su responsabilidad La Autoridad Alemana que, tan alegremente, ofreció en bandeja de plata la mórbida noticia a los medios de comunicación, sin tener pruebas que la justificaran). Asimismo, El Comisario Europeo de Energía —así mismo, alemán— logró alzar un titular a varias columnas anunciando «El Apocalipsis», al tiempo que aseguraba que «esta palabra está bien elegida» (significa «fin del mundo») para explicar los posibles efectos catastróficos que pudiera causar el grave accidente ocurrido en la central nuclear de Fukushima.

 Vistas las reacciones que los seres humanos adoptamos ante los posibles efectos de procesos caóticos en la sociedad, el dilema reside en la duda sobre la capacidad de la mente para vencer a la entropía (aunque únicamente se trate de la generada por la mente humana), o si podrá frenar la aceleración progresiva de la misma. Pero, si la entropía logra ser domeñada en ámbitos concretos ¿conseguirá incardinarse en nuevos fenómenos sociales, de forma que continuará creciendo la entropía total del sistema social, tal como se predica del crecimiento imparable de la entropía en el Universo?»

(‘Son de voces, eco de la entropía’, Francesc Ferrandis Ibáñez, Letrame Editorial, 2020, págs. 218-220).